Con cuatro acordes
en su maleta,
pintaba el cielo
sobre la tierra.
1.
Iba entre polvos y piedras
soportando a cuestas,
su cara y su cruz,
cantando a la mañana,
al sol y a las estrellas
sin haber visto nunca la luz.
Mientras su ritmo sonaba
como sin querer prestaba
blanca y fugaz tentación
a los primeros ardores,
los maliciosos amores,
con su vieja canción.
Con sus manos dibujaba
a Campanera con sus ojeras,
por aquel camino verde
plagado de boleros,
donde los cuatro muleros
soñaban con la mujer
que allí, tras la montaña
vive entre barros y cañas
en su casa de papel.
2.
Con las notas de su pecho
iba sembrando barbechos
en cualquier salón,
iba tejiendo armonías
imposibles y olvidadas
con cada canción.
Con la magia de sus dedos
fugaces enredos
disfrazados de pasión
ocultos en los rincones
despertaban con los sones
de su acordeón.
En los pasillo del cielo,
entre lunas y luceros,
ha puesto un salón dorado
donde las almas sombrías
recuperan la alegría
al ritmo de su canción;
y allí junto a la puerta
pasa las horas muertas
tocando el acordeón.