Mi patria tiene nombre
pero no tiene tierra.
Mi patria no me exige
ni himnos ni banderas,
ni sangre ni dolor
ni batallas ni guerras.
Mi patria no predica
ni mitos ni grandezas
ni encierra sus valores
en mapas y fronteras.
Mi patria no defiende
ninguna vaga esencia
ni se mira al espejo
ni odia lo que hay fuera.
Mi patria está en el aire,
en el sol y en la arena,
donde labran con mimo
sus versos los poetas:
en los días azules
y en las noches de estrellas,
en los ariscos montes
y en las verdes praderas;
en las pequeñas cosas
y en las grandes conciencias,
en un vaso de vino,
en una puerta abierta,
en las grandes pasiones
y en las pobres miserias.
Donde hay un ser que busca
las verdades eternas,
que ríe y que padece,
que se enamora y piensa.
En el niño que mira
con ojos sin tinieblas,
en el hombre que añora,
en la mujer que sueña;
en unas piernas dulces,
en un brazo sin fuerzas;
en el alma que siente,
donde hay un ser que espera,
allí tengo mi patria
sin himnos ni banderas.
La patria está en el mundo,
en la frente, en la lengua,
en un alma que sufre
y un corazón que tiembla,
en el sudor diario
y en los besos que vuelan.