A lomos de Rocinante
atravesando La Mancha,
prefiere la libertad
al abrigo de su estancia.
Elige limpiar la tierra
de villanos con su lanza,
pertrechado de un ensueño
que cubre más que su adarga.
Va dentro de su armadura,
de su yelmo y su celada
como un extraño inquilino
de su propia destemplanza;
como un ardiente adalid
de su ideal y su amada,
de su dulce Dulcinea,
Aldonza transfigurada.
Hazme un sitio en tu montura,
dame tu brazo y tu espada
y préstame tu locura,
bendita locura humana.
Porque este páramo absurdo,
necesita tu mirada
de tu genial chifladura,
de tu valor y tu lanza.
Su caballo y su escudero
son su mejor alianza;
su arrojo y su bonhomía
forjan sus mejores armas.
Lleva en el pecho una estrella
una febril llamarada,
un destino inexorable
que lo empuja y que lo llama.
Delante va su quimera,
detrás lleva a Sancho Panza
y en el mundo que abandona
deja su hacienda y su casa,
el calor de sus amigos,
a su sobrina y su ama,
a su galgo corredor
sus libros, su cama blanda.
Hazme un sitio en tu montura,
dame tu brazo y tu espada
y préstame tu locura,
bendita locura humana.
Llévame, hidalgo, contigo,
ayúdame en la mudanza
que mis huesos necesitan
y que este mundo reclama.
Su horizonte no es la línea
que dibujan las montañas
ni esas siluetas arbóreas
que vislumbra en lontananza,
sino dar fuerza a los débiles
dar su sangre a los que sangran,
comprensión a los que sufren
y rigor a los canallas.
Va cubriendo los caminos
con su gloria y con su fama,
a los charranes vencida
y a los gigantes ganada.
No te pares caballero,
no abandones tu campaña,
procura que los tunantes
se conformen con las ganas,
Hazme un sitio en tu montura,
dame tu brazo y tu espada.
y préstame tu locura,
bendita locura humana.
Que hace falta tu presencia,
precisamos tus hazañas.
Hazme un sitio en tu montura,
dame tu brazo y tu espada.