I. AMARGO VENENO

España es un país forjado a fuerza de voluntad más que de realidades homogéneas. Pariera que sus distintas comunidades y su vocación de independencia responden a su auténtica naturaleza, antes que el deso de vida en común. Pero, incluso, más que esa tendencia centrífuga de sus partes, el mayor contratiempo de nuestra patria es la configuración de dos realidades, tan contrapuestas, que son absolutamente antagónicas; tan diferentes que devienen enemigas. Me refiera a esa lacra de «las dos Españas», inalterable e inamovible, aunque pasen los años, las diversas circunstancias y los regímenes políticos. España tiene un ajuste, no difícil, sino imposible. Nada parece hacer congeniar a esas dos cosmovisiones, contrarias, enfrentadas y sin ninguna posibilidad de entendimiento.
España, más parece un concepto vacío que una realidad. Volveré sobre este tema, delicado y candente. Sé que molestaré a algunos; tal vez, a muchos, pero lo hago desde la conciencia de la honestidad intelectual que me anima. Alguien tendrá que decirlo: en algún momento habré que detener este sinsentido, porque no seremos nunca un país vertebrado, importante, civilizado, fuerte y respetado hasta que no hayamos logrado superar ese amargo veneno de «las dos Españas».

II. EL ODIO NO MERECE LA PENA

No es nuevo; ya Machado lo hizo ver en sus conocidos versos «una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Es algo permanente, aciago, venenoso y letal para la convivencia. Un amigo, no hace mucho, se retiró de las redes sociales cuando notó que estaba perdiendo amigos por su insistencia militante en defender una de esas dos Españas. En este caso, él, partidario, del antiguo régimen, tenía entablada una guerra sin cuartel a todo lo que sonara a lo contrario. Ha meditado; mantiene sus ideas, pero considera que, más importantes que éstas, es la reconciliación. La amistad es algo más cercano y más importante que las ideologías anquilosadas y paralizantes.
Para alcanzar esa meta anhelada, no es mala palanca inicial empezar por los amigos; no perderlos adoptando una actitud conciliadora, puede ser una manera de relajar los rencores, que a manera de ideas fijas, lastran cualquier posibilidad de pensar, cualquier perspectiva de entendimiento.

III. UNA PROPUESTA ÉTICA

Hay que partir de otra base firme: nadie va a cambiar sus ideas por mucho que otros le digan, por mucho que otros le argumenten. Eso no se toca. Las ideas propias son como principios inalterables, inamovibles, pedestales de los que no hay que bajarse nunca, porque de otra manera se vendría al suelo el propio andamiaje intelectual.
Ante tal intransigencia, ¿qué podemos esperar del arma humana más social, el diálogo? Nada, prácticamente nada. Por eso, la solución habrá que buscarla en otros terrenos, que trasciendan el mundo de la discusión civilizada; ésta es imposible. Un acercamiento a cierta forma de posibilidad de arreglo nunca podrá venir del mundo de los partidos políticos; ahí solo se mueven intereses y ambición por medrar y merecer, por lo que suelen ser premiados los que dicen o inventan las mayores rivalidades contra el «enemigo». Habrá de venir, en cambio, del posicionamiento individual, ético, de la educación.

IV. EL RIVAL COMO ENEMIGO

Ser capaz de trascender las consignas, las tácticas mezquinas, el atropello de la razón debe venir de participantes que partan de un elevado nivel de formación y de una estimable altura de miras éticas. Será, pues, necesario un planteamiento personal, que apele al bien común, que integre la imprescindible necesidad de no considerar al rival, al contrincante, como enemigo.
Decía Platón que una buena formación política debe partir de una buena base ética, sobre la que se cimentará una formación estética, que estimule la sensibilidad, la elegancia, el buen gusto y la honestidad. Solo a partir de ahí será posible la discusión argumentada, el respeto al adversario y la apelación permanente al bien de todos.
España no puede ser patrimonio de nadie, porque es patrimonio de todos. La principal aberración es considerar a quien se opone a unas ideas como enemigo de España. Luchar con nobleza por defender unos ideales no debe llevar a la descalificación de los otros.

V. DOS PROPUESTAS PARA LOS PARTIDOS

Algo que sí tendrán que cuidar los partidos será la necesitad de ser muy estrictos y cautelosos en la selección de sus candidatos y cuadros directivos. Quienes han de orientar la opinión de los electores no pueden dar el lamentable espectáculo diario de la guerra total ni pueden alentar en aquellos semejantes actitudes salvajes. Tendrán que optar por militantes preparados, dialogantes, firmes en sus convicciones, pero flexibles para alcanzar acuerdos. Y, sobre todo, respetuosos con los interlocutores. El insulto no llena a nadie de razón. Desprenderse de fanáticos y de hooligans será imprescindible.
Y una segunda e imperiosa necesidad la de dedicar la mayor parte del tiempo orgánico y de las energías y los talentos personales a hacer propuestas. Parece que descalificando al rival es suficiente para merecer el voto. Eso es lamentable. Proponer, plantear temas, soluciones, alternativas, sin parar; siempre y a todas horas. Ofrecerse para solucionar problemas. Ahora ocurre que a eso no deja ningún espacio la permanente beligerancia, la acumulación de frases hechas e insultos vejatorios. Así se hace imposible la convivencia, se alienta la confrontación social y se pierde la oportunidad de introducir las propias apuestas y posturas.

VI. INTERIORIZAR LA DEMOCRACIA

La falta de arraigo que la democracia ha tenido en nuestro país es la causa primera del problema que andamos analizando. Salvo muy breves fogonazos, la habitual en España han sido los gobiernos totalitarios, dictatoriales o las monarquías absolutas. Muy poco en su historia se ha hecho para que prenda entre nosotros la llama del debate democrático, para que germine la semilla de la auténtica libertad.
Sin eso, no ha sido posible acceder al ejercicio de la tolerancia, del respeto hacia el contrincante, como tampoco ha sido posible aceptar que los de «la otra España» también son españoles. Una verdad de perogrullo en la que casi nadie cae. Se supone que es cuestión de tiempo y que el medio siglo que ahora llevamos de democracia habrá dejado ya una base firme para encarar el futuro de otra manera, aunque lo que ahora vemos no es para ser muy optimistas. El presente no augura un buen futuro, pero debemos confiar en que cada vez serán más los españoles que se irán sumando a unos modos imprescindibles para acabar con el tópico lacerante de una división irreparable.

VII. PRACTICAR LA DEMOCRACIA

No basta con aceptar los valores democráticos. Hace falta materializarlos en conductas y actitudes. No es fácil. Para empezar, un demócrata debe aceptar los resultados electorales. No puede estar sumido en un drama durante cuatro años ni montar pataletas en las calles, porque no han ganado los suyos las elecciones. Aceptar los resultados electorales es la mejor manera de respetar la decisión popular, es decir, de aceptar la democracia. Los ganadores de unas elecciones lo son porque así lo ha querido la gente; eso es sagrado y un demócrata tiene que aceptarlo. Y, a partir de ahí, hacer propuestas y convencer a la gente de que tiene mejores ideas para mejorar la vida de todos. ¡Ojo, de todos! No solo de los suyos, de los que supone que le votan, de los que mejor sintonizan con sus ideas. No. De todos.
Es, pues, una tarea de educación, es decir, de aprendizaje de unas normas elementales, pero que necesitan práctica, ejercicio, entrenamiento.

VIII. UNA MOTIVACIÓN IMPORTANTE

Hay un tema que los políticos deben meditar a fondo: ¿merece la pena utilizar to, cualquier cosa, incluso la muerte, para sacar rédito político? Cualquiera puede encontrar miles de ejemplos. No, necesariamente, obligatoriamente no. No puede valer todo. Tiene que haber unos consensos mínimos, aunque solo sea por el mero hecho de compartir patria y ciudadanía.
No se puede ensuciar todo, corromper todo, quemar todos los caminos. Porque, después, somos todos los que tenemos que transitarlos. Y, sobre todo, los políticos tienen que ser conscientes de su poder como ejemplo, como referencia. Si le transmiten a la gente solo grosería, intolerancia, incapacidad para el diálogo, fanatismo, su modelo calará y se extenderá. Ya lo estamos viendo a diario por la calle.
Y por último, una última motivación para superar el odio: tienen que convencerse de que no merece la pena ser un impresentable; definitivamente, no.

IX. RESPETO Y TOLERANCIA

Aceptar que otros piensen, no solo de forma diferente, sino, incluso, lo contrario, no merece odio ni desprecio; solo merece respeto. Esto es algo incomprensible en España. Los españoles tenemos programado de tal forma nuestro adn de convivencia, que no permite que se acepte ese axioma democrático fundamental.
El insulto, el menosprecio, la descalificación , y hasta el odio vienen a sustituir la virtud social de la tolerancia, esa que nace del respeto hacia los demás y sus ideas.
Los partidos, y es algo que casi nadie conoce, se llaman así porque defienden una “parte” de la potencial verdad, esa a la que todos aspiramos y casi nadie alcanza. De ahí no es tan complicado deducir, que uno no agota todo el potencial que esa diosa de la inteligencia atesora. De ese modo, hay que admitir que no tiene sentido negarle al “otro” toda la razón, descalificarlo de manera absoluta. Ahí hay otra posibilidad de esfuerzo que hacer, de insistir en la propia capacidad de uno mismo para intentar conciliar. Oposición no puede ser odio.

X. LA HONESTIDAD

Yo entiendo que, en el mundo de la política, algo hay debe haber por ahí que obliga a simular el odio. No creo que sea real tanto rencor. Asistir a una sesión del Parlamento es algo que a la gente normal nos deprime de manera contundente, nos deja fuera de juego. No puede ser real tanto rencor, tanto odio, tanta animadversión, tanta repugnancia.
Alto tiene que haber, sin duda, en forma de dinero, que es el gran modulador de las voluntades. Cada diputado que alcanza un partido se concreta en forma de subvenciones. A más diputados, más riqueza y más posibilidad de crecer. Y de acceder a todas las prebendas que ofrece el mundo de lo público, ese en el que se en tiende que “el dinero de todos es dinero de nadie”.
Esta breve reflexión nos lleva al terreno de la honestidad personal. Seamos serios y responsables. Seamos “honestos”, es decir, honrados, limpios, íntegros. Al menos, intentemos acercarnos a esos valores ideales, que son previos a cualquier ideología y que, además, integrados en ellas, les confieren valor humano y decencia.
No es fácil, pero es imprescindible.

XI. UNA TAREA COMPLEJA

La maldad que se observa en la interacción de los políticos, que está medida, que tiene su lógica interna, que ellos piensan normal y cotidiana, porque han hecho de ella su “modus vivendi y operandi”, se traslada al ciudadano y éste la asume interiorizando un nivel de violencia acorde con su propio nivel, que suele ser precario. De ahí van surgiendo las conductas adheridas a descalificaciones, insultos y demás bazofia, que, a diario, comprobamos en el parlamento, las calles, los bares y las casas.
A eso hay que añadir que, aquí, en España, estas batallas se libran como si fuera la eterna disputa Madrid/Barcelona. Y esto no puede ser así. Esto es otra cosa. No es deporta, aunque no vendría mal alguna deportividad, es decir, dignidad en la derrota y nobleza en la victoria. El temperamento español, sin embargo, no se acomoda a estas lindezas, a estas finuras, a estas ñoñeces. El español prototipo es recio, machote e ignorante y en ese tipo de envase no caben contenidos refinados ni pretensiones elegantes. La tarea se presenta pues árdua, pero no podemos sentir que sea imposible.

XII. UN TEMPERAMENTO INTEMPESTIVO

La peor expresión de ese odio ancestral que se han dispensado desde tiempo ancestrales las dos Españas, fue, sin duda, la Guerra Civil de 1936 del siglo XX. Puntualizo, porque no ha sido el único conflicto fraternal que ha sufrido nuestra nación. Aquí las diferencias de cualquier cariz, casi siempre se han solventado a garrotazos.
Pero la vida continúa, avanza, siempre va hace delante y, alguna vez, (tengamos esperanzas) la cordura se apoderará del alma nacional española, tan proclive al rechazo, y apostará por la comprensión, por el entendimiento. Quizá, esas redes sociales, que ahora no hacen más que atizar el permanente fuego de la discordia, sirvan para algo bien distinto; nada menos que para propiciar, el encuentro, el diálogo, el acurdo y, la base y cimiento de todo eso, el respeto. El contrario no pude ser considerado un ser ruin e infame; tan solo es que piensa distinto, diferente, incluso justamente lo opuesto. Por ahí han de ir los tiros, porque solo la educación será capaz de atemperar ese indómito temperamento hispano.