Pregón Ronda Romántica 2018

UN PREGÓN DIFERENTE

Como caída del cielo
en medio de la montaña
de una forma natural
lo mismo que cae el agua.

Ronda, encima de su Tajo
por la roca se derrama,
sueño de dioses que sueñan
una celestial morada.

Ronda de espaldas al tiempo
permanentemente clásica,
como una diosa de piedra,
de piedra con luz y alma.

Ronda, verdad imposible,
Ronda hermosa, Ronda clara,
Ronda pasión, roca firme,
Ronda azul, Ronda Romántica.

Con esta canción, con letra y música original, como todas las demás que se interpretaron a lo largo del mismo, arrancaba el Pregón de Ronda Romántica del año 2018.

Yo tenía claro que no quería hacer un pregón convencional, al uso, tradicional. No. Yo buscaba otra cosa, otra manera de acercar Ronda y esta fiesta singular a rondeños y forasteros, a todos los que, en directo o a través de las redes sociales, se acercaran a mi proclama. Y esa manera tenía que ser distinta, atrevida, rompedora, diferente.
Y ahí es donde intervino para conseguirlo la enorme suerte que tengo de estar rodeado de gente tan brillante, tanto desde el punto de vista artístico como humano, como para atreverme a meterle mano a una tarea ardua, compleja y comprometida, aunque enormemente gratificante. Sabía que poniéndome en sus brazos, rodeándome de su talento, la cosa iría rodada y el éxito estaba asegurado.

Decidida esta cuestión y contando con su apoyo, me planteé en segundo lugar la idea que iba a sustentar el argumento del pregón. No tardé mucho en encontrarla al reparar cuál había sido la que me guió en aquel 2009, en el que tuve el honor de pregonar la Feria de Pedro Romero. Entonces me planteé hacer un recorrido por la Ronda más cercana a mí, un paseo por “aquellas pequeñas cosas”, que han ido marcando mi vida y mi historia. Fueron mis calles, mis plazas, mis rincones, mis bares, mi gente sencilla, quienes merecieron mi homenaje. Ahora quería hacer otro paseo similar y decidí que fuera esta vez por el tiempo, por la historia; un viaje hacia atrás para encontrar, ayudado por la magia de esta ciudad imposible, a personajes conocidos y anónimos, e invitarlos a volver por un momento a su vieja y entrañable ciudad.

Y fueron muchos los que quisieron acompañarme; sí, como he dicho antes, la magia de esta ciudad permite estas cosas. La primera que quiso estar con nosotros fue Aniya la Gitana, que venía de la mano de esa señora y actriz admirable, de esa gran dama del teatro rondeño, que es Auxiliadora Madrid. Luego golpeó las puertas del regreso el gran Vicente Espinel, gracias al genio escénico y humano de ese irrepetible Rafael González Cañestro. Apareció entonces, con su mística bohomía, nada menos que don Francisco Giner de los Ríos, el más ejemplar de todos los rondeños, a la grupa de ese torbellino de pasión teatral, de ese romántico empedernido, que es Avelino Écija. De aquellos tiempos de bandidos y franceses, nos llegó Carmen la de Ronda, esa mujer fatal, mito paralelo al de don Juan, sugestiva y sugerente, seductora y libre, de la mano de esa mujer renacentista, que es capaz de hacerlo todo y todo hacerlo bien: Ana Belén Sánchez. Detrás de ella apareció la que, para muchos, es el origen del mito de Carmen, una ceporrera llamada Isabel López, que nos llegó envuelta en la gracia, la fuerza y las facultades extraordinarias como actriz y cantante de Ana Cristina Mata.
Tras ella, pareció, de pronto, como un torbellino arrebatador, ese rondeño sabio de la escena, ese genial Marcos Marcel encarnando a un viajero romántico de lujo, Gustavo Doré. Le siguió una viajera romántica, para demostrar que las mujeres también podían llegar donde lo hacían los hombres; así apareció por allí Emmeline Stuart en la piel de una actriz maravillosa, dúctil, disciplinada y grande; Emma Sherry.
Y llegó el turno de recibir a los legendarios bandoleros, entre ellos, el más grande, José María “El Tempranillo”; venían a hombros de José Luis del Valle, Manolo Perujo y Tobalo “Tito”, tres aguerridos y genuinos representantes de la Asociación “Carmen de Ronda”. Con ellos, una mujer, una bandolera, que también las hubo, porque tampoco les faltaban entonces motivos a las mujeres para “tirarse al monte”; venía con Marina Romero, una actriz de enorme fuerza, capacidad escénica y gran futuro.
Tras ella, surgieron, como un torbellino, el volcán indomable, que llena la escena con su gracia y poderío, y que incorpora el arriateño Juan Moncayo a su recio arriero; y con él, la tierna melancolía de un paria condenado a ser carne de cañón como contrabandista y que bordó, tal como suena, Juan Aparicio y su majestuosa voz.