Hoy se pasea la Virgen
desde la iglesia a la ermita;
un perfume mariano
en las calles se respira
y el alma entera se llena
de colores y de vida.
¡Ay, Virgen de la Cabeza!
van cantando los rondeños
y repiten las campanas:
eres reina de los cielos
y de Ronda, soberana.
Vamos todos al camino
que se parece al del cielo,
con la cornisa del Tajo
que te levanta del suelo
y Ronda, al fondo, esperando
de la Virgen su consuelo.
¡Ay, Virgen de la Cabeza!…
Cuando pasan por el Puente
van catando los romeros
una plegaria que vuela
de los labios hasta el cielo
y la Virgen la recoge
y la acuna entre su pecho.
¡Ay, Virgen de la Cabeza!…
Las carrozas lentamente,
avanzando paso a paso
van guiadas por la Virgen
que es la luz de los serranos,
es la estrella del camino
que alegre nos da su mano.
¡Ay, Virgen de la abeza!

Un aura tiene este sitio
¿milenario, millonario?
que sobrecoge, que deja
lleno de magia el espacio.
Allí me imagino al hombre
dando sus primeros pasos,
a las mujeres pariendo,
los cazadores cazando.
Allí se palpan los siglos
y se asiste por ensalmo
a las primeras palabras,
a los primeros abrazos,
al principio de este cuento
de victorias y fracaso

Por los molinos del Tajo,
entre espumas y chumberas,
revolotean los grajos,
en su danza viajera.
Ruge tremuloso el viento
en infernal sinfonía
silbando la melodía
del averno en movimiento.
Y los Molinos, abajo
esperan pacientemente
el agua que vierte el Tajo
por la quebrada del puente.
En los Molinos del Tajo,
entre silvestres chumberas,
hacen sus nidos los grajos,
negra pasión sin fronteras.

Guadalevín tortuoso,
hijo de recias montañas,
que clava al pasar por Ronda
una enorme puñalada
que rompe en dos la leyenda
y en vil huida se escapa
y fugitivo se pierde
hacia el mar, en su escapada.
Entre juncos y entre adelfas
al correr deja preñadas
las huertas de la ribera
y la tierra que lo abraza:
seca tierra que suspira
porque detenga su marcha.
Guadalevín violento,
con tu feroz puñalada
fraguaste dos corazones,
las dos Rondas que te guardan,
la que mira al horizonte,
la que duerme en sus murallas.
¿Cómo has podido dejar
tanta belleza a tu espalda?
Guadalevín tortuoso,
hierro de espuma y escarcha,
acero de niebla y bruma,
puñal que a Ronda apuñala,
hoy, agua dulce que vuela,
mañana, sangre salada.

La oscuridad se rinde poco a poco
frente al sutil empuje de la aurora
mientras una penumbra embriagadora
dibuja un lienzo ingrávido y barroco.
El sol se viste su mejor plumaje
cuando traspasa el muro de la noche,
cerrando la penumbra con el broche
de luz que va sembrando en su viaje.
Se acerca a Ronda con un tenue rosa
que dulcemente se convierte en clara
farola alucinante, pura y rara
linterna impresionante y luminosa
y rojo de pasión ya se prepara
a soñar en los brazos de una diosa.

Este lugar de caballos,
esta meseta de vinos,
con sus lugares sagrados
y su horizonte de olivos
tuvo poder en sus manos
y dioses con apellido.
Fue reina de estos ribazos,
señora de sus vecinos,
amapola entre los cardos
del cortado precipicio.
Luego, el ocaso despacio,
la venganza del destino,
el fin de un itinerario
y el comienzo de otro ciclo.
De nuevo aquí un nuevo caso
en la historia repetido:
las glorias de los humanos
se las merienda el olvido.

El útero amante
de la ardiente tierra
devora a los hijos
que a su paso encuentra.
Boca que conduce
a grutas siniestras
a un reino de sombras,
de charcas serenas;
voces del infierno
retumban en ellas.

Un tesoro que la tierra
devuelve al que la trabaja,
una justa recompensa
bajo su piel soberana.
Es un milagro poder
convivir con las raíces,
saber que este loco empeño
es una lucha terrible,
que se pierde en la distancia
de un tiempo ciego, infalible.
Estas ramas que echan frutos
aquí bebieron su sabia,
los calostros ancestrales
siguen saltando las tapias.
La vida sigue apuntando
firmemente hacia el mañana.

Anda buscando el sol su madriguera
y en Ronda deja un rastro de primores,
un mosaico de plácidos colores,
un brochazo de eterna primavera.
Rompe el velo la clara cordillera
dibujando paisajes soñadores,
de tardes, de penumbras y de albores
vestidos por la gama arrebolera.
Lanza en su adiós un luminoso guiño
al Tajo que descansa bajo el Puente
y lo mismo que duerme y sueña un niño
con pesadez de sueño se retira.
La noche se presenta de repente
mientras la tarde sin dolor expira.