¡Cómo sube el nazareno
por la cuesta del calvario
siguiendo el itinerario
de su destino! Sereno,
con su cruz. El caminar
grave, amoroso, entregado
a la misión de salvar
al mundo de sus pecados.
La fe de este barrio en Él
les hizo tomar su nombre,
barrio de hembras y hombres
con un apellido: Fiel.

La nueva Ronda arranca
desde el Tajo,
vencido por el Puente,
impresionante atajo,
conjunción entre el Este y el Poniente.
Una nueva ciudad, otro horizonte,
un buen camino hacia la actualidad.
Desde aquí no ha parado de crecer,
como un adolescente,
buscando las alturas,
preñando de simiente
los llanos y los cerros,
pero poniendo a salvo en su viaje
su sustancia de reina,
su valioso equipaje.
La nueva Ronda arranca desde el puente,
por sus venas se esparce
inundando a su gente
de nobleza serrana,
de rondeñismo sólido y caliente.
La Dehesa
En el Norte está el Sur.
Aquí en mi tierra,

En el Norte está el Sur.
Aquí en mi tierra,
el Sur está en el Norte,
en contra de las reglas.
En esta barriada,
cerrada, primigenia
se esconden los caimanes
tras de las puertas
y salen en las noches
de luna llena.
En este barrio que
desborda sus fronteras
el Sur se impuso al Norte,
el Sur ganó la guerra.

Como una noche incendiada
mi barrio tiene la sangre:
azul de mirar al cielo,
dulce de tanto mirarse.
Mi barrio tiene una luz
que derrama por sus calles
como un tesoro infinito
de todos, pero de nadie.
Mi barrio está siempre lleno
de gentes de todas partes
que nunca comprenderán
sus secretos ancestrales,
esos que sólo conocen
los que sus sueños comparten.
Mi barrio tiene la piel
curtida por mil azares
y en sus venas fluyen gotas
de linajudos linajes,
por eso siempre parió
apellidos respetables:
testigos y testimonio
de indelebles lealtades.
En mi barrio hay cofradías
con aromas medievales,
amigas de las cadenas
y de dogmas seculares.

Mi barrio dibuja escudos
coronando los portales,
de muy rancios abolengos
y de oscuras vanidades.
Pero mi barrio también
sabe mirar adelante,
quiere encarar el mañana
y el presente más vibrante.
Mi barrio vive hacia dentro
y por sus poros se evade,
se proyecta hacia el pasado
y hacia el futuro se esparce.
En sus arterias, los piercings
se alinean con los trajes
y las severas beatas
con alegres colegiales.
Mi barrio aún se estremece
mirando al sol de la tarde
cómo dibuja en el cielo
arreboles impensables.
Mi barrio tiene fronteras
que limitan con el aire,
con murallas infinitas,
con tapices celestiales.
Mi barrio es parte de mí
como yo de mis verdades;
no puedo reconocerme
sin mirarme en su paisaje.

Con sus calles empedradas
y su dilatada historia,
con “El Sucio” en la memoria
y sus tremendas heladas.
Su Llanete y sus pendientes,
con sus bares y sus dueños
y Paquillo “el Pujarreño”,
paradigma de sus gentes.
Con su santa cofradía:
Hermandad del Santo Entierro,
sus balcones y sus cierros,
su tristeza y su alegría.
Con su pilar centenario,
con su Iglesia y sus conventos,
su falta de aparcamientos
y con su trajín diario
Con sus viejos y sus niños,
con su alameda y su feria,
su sabor a periferia,
sus monjas y sus pestiños.
Con sus osados empeños,
con su propia idiosincrasia,
él es por antonomasia
el barrio de los rondeños.

Ronda tiene más barrios; los vecinos los llaman barriadas. Cada una con si singularidad, sobre todo vecinal. Pero estos cuatro que aquí canto son los más antiguos y pueden, perfectamente, representar a todos los demás.