Ronda y yo. Décimas enamoradas
RONDA Y YO: DÉCIMAS ENAMORADAS
I
¿Qué guardas, Ronda, en tu boca
que con tanto ardor me llamas,
que insistente me reclamas
desde el eco de tu roca?
Tu hermosura me provoca
con arpegios de colores,
que tejen los resplandores
de tu eterno amanecer.
Allí acuden a beber
su canto los ruiseñores.
II
Ese azul que llena el pecho
y de cielo te embriaga,
se mete como una daga
fecundando tu barbecho.
Y notas como una vaga
niebla de melancolía,
mientras una melodía
anima a los corazones
a esparcir las emociones
que va construyendo el día.
III
Ronda, madre generosa,
regala noches de agosto
y su sangre, dulce mosto
de la sierra luminosa.
Estatua vertiginosa,
que provoca escalofrío.
Desde la cumbre hasta el río,
encaramada a su altura,
con vocación de locura
siembra pavor el vacío.
IV
Cuchillo que corta el viento
desde lo alto hasta abajo,
certero y sublime tajo
inaprensible, incruento.
Etéreo y sutil lamento
que regresa eternamente
y brota de la corriente
quebrada y rota del río
y remata su tronío
con la corona del puente.
V
Soberbia como una diosa
y recia como una encina,
Ronda, inmortal golondrina
a fuerza de ser hermosa.
Leve y gentil mariposa,
que al aire apunta su vuelo,
devanando el terciopelo,
telón de luz del poniente;
y su mirada candente
hace crepitar el cielo.
VI
Sueña el pinsapo en la sierra
sobre su trono de nieve,
vida grave, torre leve,
prolongación de la tierra.
A su montaña se aferra
y apunta al sol con su lanza,
mientras con su flecha alcanza
la soledad infinita,
esa soledad que invita
a rendirse a la esperanza.
VII
Ronda te invita a volar,
a trascender lo corriente,
a fundirte en la inconsciente
insensatez de soñar.
Ronda es lo mismo que amar
lo inaudito, lo intangible;
igual que la imprescindible
aventura de sentir,
la locura de vivir
al filo de lo imposible.
VIII
Llora la guitarra el llanto
del polo y de la rondeña,
sabor a montes y a breña
deja el melodioso canto.
Estremece con su encanto
ataviado de trigales,
de alamedas y rosales,
tesoros de nuestro suelo;
inmarcesible consuelo
de tristezas otoñales.
IX
Ronda, sedienta de playa,
pero ahíta de armonía;
¡qué mar tan azul sería,
el mar desde tu atalaya!
Tu nombre traza la raya
que limita tu riqueza:
esa natural grandeza
de quien se ve diferente
y alimenta lentamente
su indiscutible nobleza.
X
Ronda, sabia y bandolera,
frenética y silenciosa;
mitad dama, mitad diosa,
de su Olimpo prisionera.
Entre la nieve y la hoguera,
entre duelos y alegrías
va construyendo sus días;
entre el sosiego y la rabia
va trenzando con su savia
sorprendentes pedrerías.
XI
Apuntan los girasoles
sus caras hacia el poniente,
donde forma el disco ardiente
fantásticos arreboles.
En la ciudad, los faroles
se estremecen en la niebla
y una fina lluvia puebla,
delicada, el encinar,
y Ronda vuelve a reinar
a través de la tiniebla.
XII
Tres ojos abre mi puente
para mirarse en el río,
para asomarse al vacío
que cobija a la corriente.
Detén tu marcha, detente,
agua, no sigas tu atajo,
no persistas río abajo,
acatando tu destino;
detente y pinta con tino
la nobleza de mi Tajo.
XIII
En la guirnalda ondulada
que traza la cordillera
se edifica la frontera
entre la gloria y la nada.
Distante, sola, olvidada,
mas soberbia y arrogante,
mirando siempre adelante
aunque lleve su pasado
en su esencia incorporado.
Oasis del caminante.
XIV
Deslumbrante sinfonía
de luz, color y paisaje,
silvestre, arisca y salvaje,
poderosa Serranía.
Y en el centro, la armonía
trenzada en sutiles lazos
y los postreros retazos
del sol brillando en la hiedra
de ese gigante de piedra
que la levanta en sus brazos.
XV
Ronda, a salvo del olvido,
a la memoria se aferra,
como se agarra a la tierra
el álamo con su nido.
Vestigio firme y erguido,
que nunca desaparece,
que, por contra, crece y crece
al paso de cada día;
exquisita melodía
que al corazón reverdece.
XVI
Conserva Ronda ventanas
que apuntan al infinito,
a ese lugar donde el mito
alimenta las mañanas.
Ronda, dulces bocanadas
engalanan sus balcones
y por todos sus rincones
vuelve un poeta a cantar
y hay una fuente de azahar
hiriendo los corazones.
XVII
En la Alameda, amanece,
y ya en las ramas verdea
y la savia saborea
el sol que reaparece.
Mientras, el júbilo crece
y vuelve la adrenalina
ciegamente a cada esquina.
Lejos suena una canción
mientras a cada balcón
regresa su golondrina.
XVIII
En la Alameda atardece,
las hojas nievan el suelo
y la claridad del cielo
se empaña y desaparece.
El tumulto se adormece
y el amor se arremolina
sabiamente en cada esquina.
Lejos suena una canción
mientras de cada balcón
se marcha una golondrina.
XIX
Ronda sabe a yerbabuena,
a tomillo y a romero,
y a corazón de torero
deshojándose en la arena.
A rosario y a novena,
perfumes de cofradía,
recordando la agonía
del sagrado nazareno.
Ronda transporta en su seno
sabia de higuera bravía.
XX
¡ Carámbanos en la fuente!
Ya la daga de la brisa
atenaza la sonrisa
cuando vadeas el puente.
El sol inclina la frente
y se dibuja el aliento
en el cuaderno del viento
y las gotas de rocío
dejan su beso de frío
en las flores, lentamente.
XXI
Trepa, luna, por la loma
y aúpate al horizonte,
baña con tu luz el monte
y embelésate en su aroma,
y alúmbrale a la paloma,
que está tejiendo su nido
en un paraje escondido
donde termina la cuesta
y ponte el traje de fiesta,
que en Ronda ya ha amanecido.
XXII
Sobre la tierra inflamada,
el campo ya amarillea,
abrasado en la marea
de la brutal llamarada.
El trigo, allá en la explanada,
viste su terno dorado
y en la ladera del prado,
donde retozaba el cerdo,
ya sólo queda el recuerdo
del verde desalojado.
XXIII
Ronda acarrea consigo
el esplendor de la encina,
la alegría de la endrina
y la hidalguía del quejigo;
el caramelo del higo
y la miel de sus abejas
y las olas y las quejas
del oro de sus trigales,
y castaños colosales,
de entrañas duras y añejas.
XXIV
Envuelta en su redondez,
luna bajada a la tierra,
en su círculo se encierra
el hierro de su altivez.
Deslumbrante brillantez,
sabores de forja y reja,
sonata de cal y teja,
del sol bebiendo en su pozo,
incandescente alborozo;
moderna, serrana y vieja.
XXV
Alumbra luna, lunera,
alumbra a ese bandolero
que del amor prisionero
se transformó en una fiera.
Con vocación carcelera
entre los riscos se encierra
contra el mundo en feroz guerra
desigual y suicida;
en su pecho está su herida,
y su esperanza, en la sierra.
Sopla el viento de levante
su ventosa sinfonía
y toma la Serranía
como un caballero andante.
Con furia seca y tronante
se retuerce en la bandera
y traviesamente altera
cabezas y corazones,
mientras por los callejones
pasea su ventolera.
XXVII
Por medio de su sombrero,
San Cristóbal nos advierte
que, con un poco de suerte,
tendremos pronto aguacero.
El celestial agorero
casi nunca se equivoca
y desde su alma de roca
con destreza vaticina
la lluvia que se avecina
o la tormenta que toca.
XXVIII
Alza el vuelo la espinela
con alas de terciopelo
y un rastro deja en el suelo
que sabe a miel y a mistela,
a natillas con canela
y a bocado navideño
de este rincón malagueño;
a almendras garrapiñadas
y a gozosas rebanadas
de sabroso pan rondeño.
XXIX
Hay una ermita en la cueva
y un camino entre olivares;
hay incipientes pinares
que baña la luna nueva.
Hay una lluvia que lleva
rubor de gozo a las flores
y amores y desamores
recorriendo las aceras.
y hay musas tenues, ligeras
esperando a sus cantores.
XXX
Por sus aceras levito,
gozando de sus rincones,
de sus mágicos balcones,
ventanas al infinito.
Con ella, a veces, me cito;
con mirada dulce y tierna,
admiro su fuerza eterna
y el músculo que la envuelve,
y ella siempre me devuelve
una sonrisa materna.
XXXI
¡Ay Ronda, antorcha encendida
en medio de la montaña,
enriscada y ermitaña,
hacia su centro embebida.
Por los dioses esculpida,
de sí misma enamorada;
néctar de ciudad soñada,
sangre caliente de toro.
Concentrada en su tesoro,
Ronda vive ensimismada.
XXXII
Ronda, de espaldas al mar,
enlaza historia y leyenda,
en la agitada contienda
de su extenso transitar.
Ronda, veneno y altar,
Ronda, artista y bandolera,
de las nubes compañera,
de la sierra, soberana,
inmortal, paya, gitana,
sublime, guapa y torera.
XXXIII
Porque tu nombre me inunda,
de tu mosto y tu candela
yo quiero ser centinela,
mi noble y sagrada Munda.
Raíz de cepa profunda
recoge tu singladura;
roca firme, tierra dura,
repleta de cicatrices,
de muchos días felices
y noches largas y oscuras.
XXXIV
Hay una Ronda reciente
y otra, vetusta y añeja,
distanciadas por la vieja
frontera que traza el Puente.
Una Ronda sonriente
y otra reservada y grave;
aquélla, sensual, suave,
ésta , con el alma quieta;
aquélla, vulgar, coqueta
ésta, embebida en su enclave.
XXXV
La Ronda que mira al frente
y la que duerme en su gloria;
ésta ,dormita en su historia,
la otra sigue la corriente.
Una avanza lentamente,
la otra, corriendo se aleja;
una simple, otra compleja.
Una, sueña trabajando,
la otra sigue reclamando
una niña en cada reja.
XXXVI
Préstame, Ronda, tu brisa,
y un banco de la Alameda
y un lugar desde el que pueda
avizorar tu cornisa.
Regálame una sonrisa
de tus mujeres hermosas,
el perfume de tus rosas
y el abrazo de tu abrigo.
Déjame gozar contigo
de tantas pequeñas cosas.
XXXVII
En invierno y en verano,
en otoño y primavera,
he surcado sus aceras
como un pirata antillano.
Ha acariciado mi mano
su cuerpo recio y rotundo,
su horizonte de otro mundo;
y con una furia loca,
he colocado en su boca
un beso largo y profundo.
XXXVIII
Ronda, princesa de sal
Cenicienta voladora,
ingrávida y soñadora,
guarecida en su fanal.
Hermética y sideral,
apunta hacia las estrellas
lo mismo que una doncella
va buscando a un compañero,
a un apuesto caballero
para que baile con ella.
XXXIX
Mírame, Ronda, a los ojos,
¿no ves en ellos tus puentes?
¿No ves en ellos tus fuentes,
tus campos y tus rastrojos?
¿No ves en ellos tus rojos
y claros atardeceres?
¿No ves tus amaneceres?
Mira en mis ojos tu fuego,
deja que te mire y luego
mírate en ellos si quieres.
XL
Ronda, rotunda y morena,
misteriosa soledad,
escondida en su verdad
radiante de luna llena.
Con sabor a yerbabuena
y voces apasionadas,
con ternuras azoradas
de galanes impacientes,
aquí tienes mis ardientes
décimas enamoradas.
XLI
La niebla sube del río
y la envuelve lentamente
con un abrazo inconsciente
de gotitas de rocío.
Sube llenando el vacío
y en la altura se adormece,
y apaciblemente crece
al conquistar el terreno
y poco a poco en su seno
la ciudad desaparece.
XLII
Una torre, una campana;
un palacio y su veleta;
un balcón y su maceta,
un clavel y una ventana.
Una radiante mañana,
una mujer y una pena,
una muchacha morena
y un callejón sin salida.
Una roca malherida
y un cielo de luna llena.
XLIII
Ayer, ya torre y campana
y palacios con veleta
y ventanas con maceta
y tazas de porcelana.
Y reluciente mañana,
y gavillas en las eras;
segadores y aguaderas
con gorras y con chapelos
y aquel perfume a buñuelos
invadiendo las aceras.
XLIV
Ronda, hermosa tentación;
inagotable veneno
brota de su augusto seno,
igual que una maldición.
Asombrosa bendición,
maravilloso bocado
del firmamento colgado
que, en pirueta alucinante,
va dejando al caminante
ferozmente enamorado.
En la versión en papel, cada décime está acompañada por una ilustración de pepe Cabeza, especijalmente creadas para la temática de cada una de ellas.
INTRODUCCIÓN
Este es el último proyecto terminado. Se trata de 44 décimas dedicadas a Ronda. ¿Qué mejor estrofa, que la que inventó Vicente Espinel para cantarle a esta Tierra?
De momento, está disponible en la Editorial LULÚ, que funciona en Internet por el sistema de IMPRESIÓN BAJO PEDIDO, es decir, que va imprimiendo los libros a medida que se le van pidiendo.
Pero estamos en negociaciones para editarla también de forma convencional en GRÁFICAS «SAN PANCRACIO», de Málaga. Serían 500 ejemplares, con la sorpresa de la colaboración del artista rondeño, Pepe Cabeza, ofreciendo 12 grabados inéditos de nuestra ciudad, que irían intercalados entre las Espinelas. Un ejemplar puede verse en el recuadro de abajo.
La portada sería diferente a ésta de la izquierda y llevaría un grabado especial realizado, asimismo, por Pepe Cabeza.
Y el PRÓLOGO, otro orgullo para mí, correrá a cargo del profesor de Úbeda, D. GUILLERMO RUIZ GONZÁLEZ. En cuanto disponga de él lo colgaré en esta página.
Como se trata de un proyecto que necesita financiación, no puedo dar fechas. De todas formas, al tratarse de un libro de 64 páginas, es posible que se reduzcan considerablemente las dificultades habituales de tipo económico.
Sería ideal tenerlo preparado para la Navidad, pero para entonces, tiene previsto sacar su HISTORIA DEL TES, José María Ortega, por lo que tal vez tengamos que esperar.
Abajo, a la izquierda, tenéis el prefacio que he colocado como introducción a las 44 décimas o espinelas.
La décima, humilde y poderosa estrofa, rondeña y serrana, gloriosa en el XVII y olvidada en el XVIII, rehabilitada en el XIX por los románticos y vigente en la segunda década del siglo XX, recuperada por los poetas de la Generación del 27, a pesar de la invasión de los “ismos destructores”, que propiciaron el olvido de numerosas formas métricas y estróficas.
Su creador fue un rondeño, Vicente Espinel, poeta, novelista y músico, estudiante en Salamanca, viajero y seriamente maltratado por la fortuna.
Pues bien, la décima, como hija de Espinel, es un producto de su tierra, de nuestra tierra. Es un fruto de nuestra vena literaria, una flor más de este agreste y solitario paraíso. Para cantar a Ronda viene bien cualquier estrofa, cualquier estilo, cualquier escuela, pero es indudable que el que le viene como anillo al dedo es su propio canto, la décima de Espinel. Es como devolverle aquello que ella nos regaló hace más de cuatrocientos años.
La décima o espinela se presta al ditirambo y a lo festivo más que a lo dramático. Su riqueza armónica y musical produce un colorido que viene muy bien para alabar y cantar lo que se ama; sobre todo si ese objeto amado consiste en una realidad de inigualable belleza.
Queda pues justificado de esta forma el uso de la espinela para expresar este manojo de requiebros, madrigales y lisonjas, en absoluto exagerados y siempre sinceros, que el autor quiere regalar a su tierra.
Por último, he de hacer notar que el orden en el que las he dispuesto sigue el curso natural de los hijos, que se van incorporando a la vida a medida que van naciendo. No hay pues clasificación temática o cualquier otro criterio que el cronológico de su creación. Y de igual forma que ocurre con los hijos, que a todos se quiere por igual, estas décimas son igualmente queridas, aun conociendo su autor que unas son más inspiradas o más armoniosas o más bellas o más ingeniosas o más tímidas…Exactamente igual que ocurre con los hijos.
Un prólogo es siempre la expresión de unas afinidades entre personas que es preciso manifestar en momento tan importante como es la publicación de un libro; por eso es de rigor comenzar explicando esas afinidades : el problema, en este caso, en este prólogo del libro de José María, es que esas afinidades se entrelazan con otras afinidades que nos aferran a los dos, al autor y al circunstancial prologuista, a una tierra, a una ciudad. Esto, en otros casos, sería desmerecer del libro, del autor y por supuesto del prologuista. Pero en este caso esa tierra a la que nos aferramos los dos es Ronda, y esta es una palabra mayor: Ronda no nos desmerece de ninguna manera: la manifestación de amor, de la pasión que siente el poeta por su tierra y la que el prologuista siente por la tierra que le subyugó con «ese azul que llena el pecho» nos une a los dos, más allá de lejanos conocimientos personales, de amistades comunes y de una común afición a la poesía. Creo que la casi única razón por la que me ofrece el privilegio, inmerecido por mi parte, de abrir su más reciente libro es que José María sabe que yo amo a Ronda tanto como la pueda amar él, sólo que no lo sé expresar con su maestría. Ni falta que me hace, con sus versos, que ya son míos y a partir de ahora serán de todos , me sobra y basta. José maría, perdona este asalto.
Yo conocí al poeta en los «Recodos» de su camino: en esos mismos recodos me paré con él a meditar, a sentir y a emocionarme. En esos «Recodos», en muchos momentos, encontré que mi voz podía ser un eco de su voz y con su libro entre mis manos ( «Me subo al tronco de un verso para otear las verdades») pensé y sentí, sentí y pensé : para eso nos sirve la poesía. Desde entonces, José María, es curioso me aburren los caminos rectos. Ya en ese libro el poeta anunciaba sigilosamente que Ronda era centro de su sentimiento poético : «¡Sueño de dioses que sueñan una celestial morada!». Ya, en un fatigante «recodo de tu camino», te peleaste con una décima:
«que está siendo mi agonía
porque me tiene perdido;
aquí me doy por vencido,
ya lo intentaré otro día.»
¿Estaba ya el poeta pensando en una Ronda derramada en décimas y aprestaba sus instrumentos? ¿Afilaba ya su pluma y sometía sus sentimientos a un ejercicio de maleabilidad para ajustarlos a la férrea disciplina de la espinela?
Si era así, ya ha llegado ese día, y ¡pronto ha llegado! Si mucho le costó al poeta parir aquella décima, bien que aprendió el oficio para presentarnos más de cuarenta partos en una prodigiosa y fecunda maternidad poética : décimas tan rondeñas por su origen como por su asunto: ya está en manos del pueblo, bien sabes que es él el verdadero dueño de la poesía, y que a partir de hoy sonarán «desde la cumbre hasta el río». Con un raro oficio poético (raro por lo poco común que es hoy) desgranas en unos esquemas métricos perfectos, redondos , magistralmente abrochados las muchas miradas que sobre Ronda guardas, poeta, en tu retina. ¡Qué extraño! Cada vez que según voy escribiendo, tengo que aludir al tema de tus versos no puedo decir «tu pueblo», «tu tierra», «tu patria»: algo me impide hacer uso de ningún giro a metaforilla: tengo la oscura necesidad de decir siempre Ronda, el nombre propio: no encuentro genérico que se ajuste a todo lo que me llena la boca cuando lo pronuncio : algún día podrías explicarme esto: preguntas como estas sólo las responden los poetas . «Ronda a salvo del olvido»: lo has percibido y lo hemos percibido tantos que hemos pasado por ella. Ronda no se olvida. Y para eso están los versos de José María, para convertirse en la distancia en un espiritual vehículo que nos vuelve a llevar a Ronda «hermética y sideral». Sin darse cuenta el poeta (¿o quizá perfectamente consciente?) extiende por sus versos una teoría de Ronda, una difícil explicación , tan difícil como puede ser explicada una ciudad:
«hacia su centro embebida,
de sí misma enamorada».
Y es que «Ronda vive ensimismada», y como toda ciudad ensimismada no nos necesita ni a nosotros ni a nadie: a nadie no, necesita a un poeta, necesita la voz de José María : él mismo nos ha dicho antes que Ronda es «hermética, sideral»; así el poeta es el hermeneuta que nos ayudará a descubrirla, a sentirla, a adorarla. Y esa es la razón de este precioso libro, porque
“Hay musas tenues, ,ligeras
esperando a sus cantores».
Hoy, con tu libro entre las manos, tengo que confesarte a ti, y al oportuno lector, que yo soy «el caminante ferozmente enamorado» de tus versos. Y aquí, en Ronda , «una roca mal herida», hermanados los dos en tu poesía, quiero unirme a tu deseo que sorprendí en uno de tus «Recodos»:
«Si tus fronteras son el horizonte,
erizado de picos que te guardan
llévate mis cenizas cuando ardan
para que sean veredas de tus montes.»
En ese momento, por encima ya del tiempo, José María, no estaremos solos. Un abrazo.
Úbeda, 26 de Noviembre de 2010Guillermo Ruiz González