P U E N T E S

Testigo de los afanes
que deja el hombre en el viento,
en esa red impalpable
que van tejiendo los tiempos.
Pasillo entre dos historias,
dos almas de un mismo pueblo.
Tránsito de soledades,
de búsquedas sin encuentro,
de verdades sin memoria,
de mentiras sin recuerdo.
Sagrado paso que añora
el insondable silencio.

Como dos eternidades
ahí siguen Ronda y su Tajo,
condenados a entenderse,
como dos enamorados.
Su Tajo parte su alma,
su alma vive en su Tajo,
entregados a su suerte,
al abismo encadenados.
Ronda y su Tajo embebidos,
un mismo sino en sus manos.;
Condenados a entenderse
Como dos enamorados..

Puente de los curtidores,
labradores y alfareros,
forjadores de una Ronda
embebida de misterio,
mirando a otros horizontes
a un latir de siempre y nuevo.
Permanente en su entresijo,
siempre tan cerca y tan lejos,
de espaldas a los espasmos
de estos enconados tiempos.
Puente de los Curtidores,
a la vez frágil y eterno.
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P A L A C I O S

Ronda plantó este vergel
en el centro de mi barrio,
con vistas al horizonte
en la cornisa del Tajo.
¿Un recuerdo de los moros
para los sobrios cristianos?
¿Una casa solariega
de ricos acomodados?
Hoy, un lujo que se prende
(como la breva en los labios)
en las miradas curiosas
de los turistas de paso
y en el alma de la gente
de este pueblo centenario.
Palacio de Mondragón,
orgullo de los palacios.

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Han tenido que pasar
muchos años de mi vida
para que yo me enterara
que aquí vivió Margarita.
Por eso es bueno juntarse
de vez en cuando con sabios,
que saben todas las cosas
de los asuntos de antaño.

Conquistadores de reinos:
nuevos mundos a sus pies,
salvajes indios que rezan
el rosario sin querer.
América sometida
con la espada y con la fe;
los blasones de Castilla
blasonando por doquier.
Testimonio de un imperio
apariencias y oropel,
restos de un trozo de historia,
lejanas gestas de ayer
Abolengos que se apagan
y glorias que desfallecen.
Ese es el sino de todo:
pasar del ser a la muerte.