dios

Cartas osadas y atrevidas al Creador

manoescribiendo

Debajo de cada carta, coloco una versión más legible, pero como van dirigidas a quien van, me pareció oprotuno dejar esta versión caligráfica tan elegante.

Prólogo (De cómo y por qué surge este osado atrevimiento)

Querido y Temido Creador:
Llevo mucho tiempo dándole vueltas a un tema que me obsesiona y no me parece honesto guardarlo en mis fronteras sin hacerte llegar a Ti, el máximo responsable, aunque sólo sean unos ecos del desconsuelo que me provoca. Miras el mundo a cierta distancia y todo te parece en orden: desprende belleza, armonía, paz. Te vas acercando y vas comprendiendo que las cosas no son lo que parecen y que, aquel orden supuesto, está lleno de caos y de anarquía; que aquella Creación que parece, en la distancia, tan bien dispuesta, deja muchas cosas que desear.
Y lo peor es que el desasosiego aumenta cuando uno recuerda que el autor de este paraíso no es ningún indocumentado, ni ningún arquitecto sin papeles ni un maestro albañil sin experiencia (bueno, lo de la falta de experiencia puede que sea la única eximente que tengas, pues no creo que, antes de éste, hayas andado por ahí haciendo mundos como si fueran churros. Incluso puede que tras la prueba nuestra hayas desistido de nuevos intentos). Por contra, el autor es alguien que no necesita papeles ni títulos, ni acreditaciones, porque los tiene todos. En Tu naturaleza está el no carecer de nada; por tanto, no puedes carecer de títulos. Para semejante obra, seguramente además, actuarías sin permiso de obras, pero eso no es algo que, en principio, vaya en detrimento de la calidad del producto.
No me tomes por un loco, ni siquiera por un inconsciente. No tengo ninguna intención de jugármela provocando tu ira, que ya en el Antiguo Testamento dejaste bien patente, pero sí debo correr cierto riesgo, siquiera sea por mantener viva la bandera de la libertad de pensamiento y de expresión que Tú mismo tuviste a bien poner en nuestras cabezas y que, por cierto, tan poco uso se hace de ellas. Y cuando se usa se hace de forma equivocada y arbitraria: ahí tienes a tanto idiota occidental poniéndonos a todos en el disparadero por defender un concepto peregrino de la libertad de expresión. De todas formas, no estaría mal que echaras un rato con tu homónimo y colega Alá para que reduzca un poco el grado de fanatismo de sus seguidores. Ya hablaremos en otro capítulo de esa manía Tuya de presentarte ante la humanidad en múltiples formas y que tanto jaleo trágico ha supuesto a lo largo de la historia.
No quiero cuestionar tu grandeza ni discutir tu omnipotencia, pero hay una serie de cuestiones que crean muchas dudas sobre el acierto de tu trabajo creador. ¿Cómo voy a reprocharte la creación de este mundo si gracias a él yo he tenido la oportunidad de pasar por aquí y de conocer tantas y tantas cosas agradables, como la cerveza, los días de fiesta, las manitas de cerdo o las victorias de mi equipo favorito? Pero el agradecimiento por tanto bien no puede alejarme del necesario e ineludible espíritu crítico por tanto mal: ¿si normalmente lo somos con los vecinos que molestan, los coches que no arrancan, los ordenadores que se cuelgan y hasta con nosotros mismos cada vez que no conseguimos acertar el más humilde de nuestros pronósticos, cómo voy a pasar por alto tanto dislate como se observa en tu magna obra, a Ti que hay que exigirte mucho más que a los pobres mortales?
Paso a citar muy someramente y sin ánimo exhaustivo, algunos de los temas sobre los que quiero enviarte mi protesta: permitir el politeísmo, la existencia del demonio, el reinado del mal; rodearte de fundamentalistas para Tu mayor gloria en la Tierra; permitir la variedad de razas, la desigual distribución de los bienes de nuestro mundo común, aceptar el dolor de los inocentes, hacer la vista gorda ante tanta injusticia, repartir la belleza y el talento de manera tan arbitraria, haber elegido a un tal Murphy para administrar todas y cada una de las pequeñas cosas de esta vida…no voy a seguir, porque estas listas exhaustivas son tan demoledoras que, puestas así, anulan cuanto de bueno y hermoso hay en Tu creación, que lo hay sin duda..

Prólogo (De cómo y por qué surge este osado atrevimiento)

Querido y Temido Creador:
Llevo mucho tiempo dándole vueltas a un tema que me obsesiona y no me parece honesto guardarlo en mis fronteras sin hacerte llegar a Ti, el máximo responsable, aunque sólo sean unos ecos del desconsuelo que me provoca. Miras el mundo a cierta distancia y todo te parece en orden: desprende belleza, armonía, paz. Te vas acercando y vas comprendiendo que las cosas no son lo que parecen y que, aquel orden supuesto, está lleno de caos y de anarquía; que aquella Creación que parece, en la distancia, tan bien dispuesta, deja muchas cosas que desear.
Y lo peor es que el desasosiego aumenta cuando uno recuerda que el autor de este paraíso no es ningún indocumentado, ni ningún arquitecto sin papeles ni un maestro albañil sin experiencia (bueno, lo de la falta de experiencia puede que sea la única eximente que tengas, pues no creo que, antes de éste, hayas andado por ahí haciendo mundos como si fueran churros. Incluso puede que tras la prueba nuestra hayas desistido de nuevos intentos). Por contra, el autor es alguien que no necesita papeles ni títulos, ni acreditaciones, porque los tiene todos. En Tu naturaleza está el no carecer de nada; por tanto, no puedes carecer de títulos. Para semejante obra, seguramente además, actuarías sin permiso de obras, pero eso no es algo que, en principio, vaya en detrimento de la calidad del producto.
No me tomes por un loco, ni siquiera por un inconsciente. No tengo ninguna intención de jugármela provocando tu ira, que ya en el Antiguo Testamento dejaste bien patente, pero sí debo correr cierto riesgo, siquiera sea por mantener viva la bandera de la libertad de pensamiento y de expresión que Tú mismo tuviste a bien poner en nuestras cabezas y que, por cierto, tan poco uso se hace de ellas. Y cuando se usa se hace de forma equivocada y arbitraria: ahí tienes a tanto idiota occidental poniéndonos a todos en el disparadero por defender un concepto peregrino de la libertad de expresión. De todas formas, no estaría mal que echaras un rato con tu homónimo y colega Alá para que reduzca un poco el grado de fanatismo de sus seguidores. Ya hablaremos en otro capítulo de esa manía Tuya de presentarte ante la humanidad en múltiples formas y que tanto jaleo trágico ha supuesto a lo largo de la historia.
No quiero cuestionar tu grandeza ni discutir tu omnipotencia, pero hay una serie de cuestiones que crean muchas dudas sobre el acierto de tu trabajo creador. ¿Cómo voy a reprocharte la creación de este mundo si gracias a él yo he tenido la oportunidad de pasar por aquí y de conocer tantas y tantas cosas agradables, como la cerveza, los días de fiesta, las manitas de cerdo o las victorias de mi equipo favorito? Pero el agradecimiento por tanto bien no puede alejarme del necesario e ineludible espíritu crítico por tanto mal: ¿si normalmente lo somos con los vecinos que molestan, los coches que no arrancan, los ordenadores que se cuelgan y hasta con nosotros mismos cada vez que no conseguimos acertar el más humilde de nuestros pronósticos, cómo voy a pasar por alto tanto dislate como se observa en tu magna obra, a Ti que hay que exigirte mucho más que a los pobres mortales?
Paso a citar muy someramente y sin ánimo exhaustivo, algunos de los temas sobre los que quiero enviarte mi protesta: permitir el politeísmo, la existencia del demonio, el reinado del mal; rodearte de fundamentalistas para Tu mayor gloria en la Tierra; permitir la variedad de razas, la desigual distribución de los bienes de nuestro mundo común, aceptar el dolor de los inocentes, hacer la vista gorda ante tanta injusticia, repartir la belleza y el talento de manera tan arbitraria, haber elegido a un tal Murphy para administrar todas y cada una de las pequeñas cosas de esta vida…no voy a seguir, porque estas listas exhaustivas son tan demoledoras que, puestas así, anulan cuanto de bueno y hermoso hay en Tu creación, que lo hay sin duda..

EPÍSTOLA PRIMERA (Del error de diseñar diversos colores de piel)

Para empezar, y antes de entrar en pormenorizada materia, ¿cómo se te pudo ocurrir crear al hombre usando diferentes colores? Eso hubiera sido comprensible si el responsable hubiera sido Ángel Acebes o Miguel Ángel Moratinos, pero Tú, que conoces mejor que nadie el corazón humano, deberías haberte dado cuenta de que tal desvarío iba a traer un montón de problemas. ¿Cómo pudiste ser tan ingenuo? Y encima, hiciste escribir a tus copistas que lo habías creado a tu imagen y semejanza. Debiste comprender que así nos mandabas a la más estricta confusión sobre tu propio color y aspecto. Con lo fácil que hubiera sido…¡todos negros! Fíjate la de problemas que habrías solucionado; de entrada, en la playa, aunque ¡qué desastre para el negocio de los protectores solares! Y de un plumazo habrías acabado con el racismo (¿de qué se quejaría entonces Samuel Etóo?)

Y todo, por no prever las cosas. Y eso, a Ti, no es sensato que se te pasara por alto. A ver qué hubiera hecho Hitler si se hubiera visto en el pellejo de Nat King Cole y no en su marfileña y repugnante piel aria. Claro que si nos hubieras regalado la piel morena nos habríamos quedado sin natación en las olimpiadas, y sin waterpolo y demás deportes de agua. Pero hubiera merecido la pena. La ventaja de ser todos negros, hubiera compensado con creces las pequeñas molestias que hubiera generado tan acertada medida. Hubieras terminado de golpe con ese miserable sentimiento de superioridad de tanto blanco, que les hace parecer más listos que el negro más premiado por la Academia de Hollywood, aunque su cociente intelectual pueda intercambiarse sin ningún problema con el de sus gatos. De paso, nos habrías dotado a la mayoría de unas condiciones magníficas para el baloncesto y para tocar la trompeta; y eso, hoy, con tanta precariedad laboral, sería una ventaja.
Además, fíjate, no habrías tenido que cambiar de moldes ni usar distintos pinceles, pinturas o lo que sea que uses para estos menesteres. Pero no, puestos a ser complicados, ¡hala!, de distintos colores. ¿Cuál era la intención? ¿Distinguirlos? Pero, si al principio había muy pocos. ¿Confundirlos para que no tuvieran conciencia de peligrosa unidad? Pero si eran ignorantes y sin posibilidades de afiliarse a Comisiones Obreras; no se les hubiera ocurrido de ninguna manera atentar contra tu poder. ¿Acaso lo que pretendías era justificar el posterior, famoso y ambiguo discurso de Tu Hijo sobre aquello de “he venido a traer la división…”? No sé, no sé; esto no hay por donde cogerlo. Y con ser el tema de importancia, ni con mucho es el que más la tiene. Esto no era más que una muestra y, en una muestra, no debe uno ser demasiado prolijo.
Disculpa de nuevo mi osadía, pero es que hay cosas que claman al cielo (nunca mejor dicho) y uno no puede permanecer callado. Al fin y al cabo, mi indignación es también parte de tu obra. Y la verdad, no veo en esto tu Gracia por ninguna parte.

EPÍSTOLA PRIMERA (Del error de diseñar diversos colores de piel)

Para empezar, y antes de entrar en pormenorizada materia, ¿cómo se te pudo ocurrir crear al hombre usando diferentes colores? Eso hubiera sido comprensible si el responsable hubiera sido Ángel Acebes o Miguel Ángel Moratinos, pero Tú, que conoces mejor que nadie el corazón humano, deberías haberte dado cuenta de que tal desvarío iba a traer un montón de problemas. ¿Cómo pudiste ser tan ingenuo? Y encima, hiciste escribir a tus copistas que lo habías creado a tu imagen y semejanza. Debiste comprender que así nos mandabas a la más estricta confusión sobre tu propio color y aspecto. Con lo fácil que hubiera sido…¡todos negros! Fíjate la de problemas que habrías solucionado; de entrada, en la playa, aunque ¡qué desastre para el negocio de los protectores solares! Y de un plumazo habrías acabado con el racismo (¿de qué se quejaría entonces Samuel Etóo?)

Y todo, por no prever las cosas. Y eso, a Ti, no es sensato que se te pasara por alto. A ver qué hubiera hecho Hitler si se hubiera visto en el pellejo de Nat King Cole y no en su marfileña y repugnante piel aria. Claro que si nos hubieras regalado la piel morena nos habríamos quedado sin natación en las olimpiadas, y sin waterpolo y demás deportes de agua. Pero hubiera merecido la pena. La ventaja de ser todos negros, hubiera compensado con creces las pequeñas molestias que hubiera generado tan acertada medida. Hubieras terminado de golpe con ese miserable sentimiento de superioridad de tanto blanco, que les hace parecer más listos que el negro más premiado por la Academia de Hollywood, aunque su cociente intelectual pueda intercambiarse sin ningún problema con el de sus gatos. De paso, nos habrías dotado a la mayoría de unas condiciones magníficas para el baloncesto y para tocar la trompeta; y eso, hoy, con tanta precariedad laboral, sería una ventaja.
Además, fíjate, no habrías tenido que cambiar de moldes ni usar distintos pinceles, pinturas o lo que sea que uses para estos menesteres. Pero no, puestos a ser complicados, ¡hala!, de distintos colores. ¿Cuál era la intención? ¿Distinguirlos? Pero, si al principio había muy pocos. ¿Confundirlos para que no tuvieran conciencia de peligrosa unidad? Pero si eran ignorantes y sin posibilidades de afiliarse a Comisiones Obreras; no se les hubiera ocurrido de ninguna manera atentar contra tu poder. ¿Acaso lo que pretendías era justificar el posterior, famoso y ambiguo discurso de Tu Hijo sobre aquello de “he venido a traer la división…”? No sé, no sé; esto no hay por donde cogerlo. Y con ser el tema de importancia, ni con mucho es el que más la tiene. Esto no era más que una muestra y, en una muestra, no debe uno ser demasiado prolijo.
Disculpa de nuevo mi osadía, pero es que hay cosas que claman al cielo (nunca mejor dicho) y uno no puede permanecer callado. Al fin y al cabo, mi indignación es también parte de tu obra. Y la verdad, no veo en esto tu Gracia por ninguna parte.

EPÍSTOLA SEGUNDA (De la complejidad de tu concepto y la multiplicidad de tus apariencias)

Sé bien que Tú eres amigo del misterio, que todo lo que te rodea y Tú mismo, a él pertenecéis. Al menos, para nosotros los humanos, todos tus movimientos, naturalezas y demás, nos resulta arcano, imposible de apresar con nuestras limitadas luces, preparadas, en la mayoría de los casos, no mucho más que para descifrar las letras de las canciones de David Bisbal..

¿Cómo podríamos aspirar con tan limitado bagaje a intentar acercarnos a Ti? Vana ilusión, proyecto descabellado. Tan descabellado como pretender que los políticos utilicen un lenguaje inteligible o como convencer a Aznar de que su figura no es precisamente la de un adonis griego, por mucho que él se empeñe en moverse como tal. Y, repito, aunque sé que tu mundo es el misterio y que sólo en él puede habitar tu ambigua y descomunal existencia, no puedo comprender, otra vez, esa manía tuya por complicar los temas más inocentes. Porque, mira si te hubiera sido fácil, sobre todo a Ti que todo lo puedes, presentarte como el Gran Jefe de los indios humanos, planteando tu unicidad y tu liderazgo incuestionables. Pues nada, a complicar: en cada cultura te muestras con un nombre, en cada época con una apariencia; incluso, con un carácter diferente (hay que ver la mala leche que mostraste en todo el Antiguo Testamento; después te arreglaste un poco. Ya hablaremos de eso). Tienes que entenderme: si ya es complicado Tu concepto, aceptar Tu existencia, asumir Tu omnipotencia, encima, nos lo pones imposible presentándote de mil maneras, escondiéndote tras mil máscaras, ocultándote tras miles de nombres.
Esta es una tarea, compréndeme, que sería casi imposible, incluso para Ti, imagínate para un pobre humano, contingente y pecador. Y además, con el agravante de que esa pléyade de alteridades ha generado, genera y generará conflictos harto dolorosos para los humanos que, en nombre de tus nombres han empapado, empapan y empaparán la tierra con su mismísima sangre.
Bastante complicado me lo pone mi equipo cada fin de semana (sin duda es un milagro que te debo a Ti el que siga siendo del Real Madrid), bastante difícil me lo deja la insufrible tendencia de todas las cosas a ponerse en mi contra (otro día hablaremos de esa tu famosa ley de Murphy –no te atreviste a darle Tu nombre-), como para que, encima, tenga uno que andar descifrando dónde, cuándo, cómo y en qué apariencia estás en cada sitio; es decir, para intentar vislumbrar no más, tu verdadera realidad, tu verdadero rostro.
¿Tan complicado te era haber creado un Ministerio de asuntos (exteriores a Ti)? A no ser que no haya nada ajeno a Ti y que todo y todos no seamos más una parte, aunque sea residual, de Tu divina sustancia. Puro panteísmo, vaya. ¡Con lo que nos hubiera facilitado la imposible tarea dicho gabinete! Pero, nada, a tener a la gente con el alma en vilo, con…en fin, con todo lo que supone de agobio y acojone.

EPÍSTOLA SEGUNDA (De la complejidad de tu concepto y la multiplicidad de tus apariencias)

Sé bien que Tú eres amigo del misterio, que todo lo que te rodea y Tú mismo, a él pertenecéis. Al menos, para nosotros los humanos, todos tus movimientos, naturalezas y demás, nos resulta arcano, imposible de apresar con nuestras limitadas luces, preparadas, en la mayoría de los casos, no mucho más que para descifrar las letras de las canciones de David Bisbal..

¿Cómo podríamos aspirar con tan limitado bagaje a intentar acercarnos a Ti? Vana ilusión, proyecto descabellado. Tan descabellado como pretender que los políticos utilicen un lenguaje inteligible o como convencer a Aznar de que su figura no es precisamente la de un adonis griego, por mucho que él se empeñe en moverse como tal. Y, repito, aunque sé que tu mundo es el misterio y que sólo en él puede habitar tu ambigua y descomunal existencia, no puedo comprender, otra vez, esa manía tuya por complicar los temas más inocentes. Porque, mira si te hubiera sido fácil, sobre todo a Ti que todo lo puedes, presentarte como el Gran Jefe de los indios humanos, planteando tu unicidad y tu liderazgo incuestionables. Pues nada, a complicar: en cada cultura te muestras con un nombre, en cada época con una apariencia; incluso, con un carácter diferente (hay que ver la mala leche que mostraste en todo el Antiguo Testamento; después te arreglaste un poco. Ya hablaremos de eso). Tienes que entenderme: si ya es complicado Tu concepto, aceptar Tu existencia, asumir Tu omnipotencia, encima, nos lo pones imposible presentándote de mil maneras, escondiéndote tras mil máscaras, ocultándote tras miles de nombres.
Esta es una tarea, compréndeme, que sería casi imposible, incluso para Ti, imagínate para un pobre humano, contingente y pecador. Y además, con el agravante de que esa pléyade de alteridades ha generado, genera y generará conflictos harto dolorosos para los humanos que, en nombre de tus nombres han empapado, empapan y empaparán la tierra con su mismísima sangre.
Bastante complicado me lo pone mi equipo cada fin de semana (sin duda es un milagro que te debo a Ti el que siga siendo del Real Madrid), bastante difícil me lo deja la insufrible tendencia de todas las cosas a ponerse en mi contra (otro día hablaremos de esa tu famosa ley de Murphy –no te atreviste a darle Tu nombre-), como para que, encima, tenga uno que andar descifrando dónde, cuándo, cómo y en qué apariencia estás en cada sitio; es decir, para intentar vislumbrar no más, tu verdadera realidad, tu verdadero rostro.
¿Tan complicado te era haber creado un Ministerio de asuntos (exteriores a Ti)? A no ser que no haya nada ajeno a Ti y que todo y todos no seamos más una parte, aunque sea residual, de Tu divina sustancia. Puro panteísmo, vaya. ¡Con lo que nos hubiera facilitado la imposible tarea dicho gabinete! Pero, nada, a tener a la gente con el alma en vilo, con…en fin, con todo lo que supone de agobio y acojone.

EPÍSTOLA TERCERA (De la injusticia de atribuirte solo lo bueno y positivo)

Es un milagro, querido Hacedor, que hayas convencido a todos tus fieles de que eres responsable no más que de las cosas hermosas y agradables de esta vida; de las que llenan el espíritu y regocijan la carne. Para lo demás, lo feo y desagradable (aquí meto a la mayoría de los políticos y de los periodistas), lo doloroso y despreciable (y aquí, a los vecinos, guardias municipales, etc.), hiciste que inventaran un personaje siniestro, un antidios peligroso y nefasto cuya misión ha sido y es poner en riesgo la maravillosa obra de tu Creación.

Pero yo, que te tengo por Todopoderoso, no puedo admitir la existencia de ningún ser poniendo palos en las ruedas de tu obra ni zancadillas a los pasos de tu magno trabajo. Por tanto, tengo que manifestar que te tengo por responsable de lo bueno y de lo malo, porque si no, sería jugar con demasiada ventaja y yo estoy seguro de que Tú no te permites ni una sola trampa con tus queridos seres. Por otra parte, si aceptamos ese ventajismo, habría que admitir que Dios podría serlo cualquiera y eso no es posible por cuanto eres único e insuperable.

Lo que rechazo pues, en esta carta, es la dramática ingenuidad que instalaste en el cerebro o en el corazón o dondequiera que radique nuestra racionalidad. Precisamente, por ser quien eres, habría que exigirte mucho más y no perdonar y justificar todas y cada uno de tus lagunas creativas. Es bueno alzar la voz para que escuches y pedirte explicaciones, por lo menos para que veas que nosotros (que constituimos tu obra), aunque seamos seres efímeros, que duramos menos que el Cádiz en primera división, no somos, sin embargo, unos perfectos idiotas de los que no tengas ni el más mínimo motivo para enorgullecerte.

De modo que a paliar esa abnegación que siempre he visto y veo a mi alrededor es a lo que vienen estas humildes invectivas que no tienen más que un ánimo estrictamente constructivo (por si aún estuvieras a tiempo de corregir algunas de estas anomalías).
Quedo a la espera de tus ineludibles correcciones, que serán todo lo bien recibidas que merecen tu grandeza y nuestra precariedad.

EPÍSTOLA TERCERA (De la injusticia de atribuirte solo lo bueno y positivo)

Es un milagro, querido Hacedor, que hayas convencido a todos tus fieles de que eres responsable no más que de las cosas hermosas y agradables de esta vida; de las que llenan el espíritu y regocijan la carne. Para lo demás, lo feo y desagradable (aquí meto a la mayoría de los políticos y de los periodistas), lo doloroso y despreciable (y aquí, a los vecinos, guardias municipales, etc.), hiciste que inventaran un personaje siniestro, un antidios peligroso y nefasto cuya misión ha sido y es poner en riesgo la maravillosa obra de tu Creación.

Pero yo, que te tengo por Todopoderoso, no puedo admitir la existencia de ningún ser poniendo palos en las ruedas de tu obra ni zancadillas a los pasos de tu magno trabajo. Por tanto, tengo que manifestar que te tengo por responsable de lo bueno y de lo malo, porque si no, sería jugar con demasiada ventaja y yo estoy seguro de que Tú no te permites ni una sola trampa con tus queridos seres. Por otra parte, si aceptamos ese ventajismo, habría que admitir que Dios podría serlo cualquiera y eso no es posible por cuanto eres único e insuperable.

Lo que rechazo pues, en esta carta, es la dramática ingenuidad que instalaste en el cerebro o en el corazón o dondequiera que radique nuestra racionalidad. Precisamente, por ser quien eres, habría que exigirte mucho más y no perdonar y justificar todas y cada uno de tus lagunas creativas. Es bueno alzar la voz para que escuches y pedirte explicaciones, por lo menos para que veas que nosotros (que constituimos tu obra), aunque seamos seres efímeros, que duramos menos que el Cádiz en primera división, no somos, sin embargo, unos perfectos idiotas de los que no tengas ni el más mínimo motivo para enorgullecerte.

De modo que a paliar esa abnegación que siempre he visto y veo a mi alrededor es a lo que vienen estas humildes invectivas que no tienen más que un ánimo estrictamente constructivo (por si aún estuvieras a tiempo de corregir algunas de estas anomalías).
Quedo a la espera de tus ineludibles correcciones, que serán todo lo bien recibidas que merecen tu grandeza y nuestra precariedad.

Epístola Cuarta (De la injusticia de atribuirte solo lo bueno y positivo)

Una de las cosas que me aturden sobremanera es esa condición que pusiste en nosotros que hace que nos sintamos siempre en permanente insatisfacción.. Ese sentimiento que lleva a tantos a la nefasta y perniciosa envidia. Ya puedes tener el mejor coche, que el que más te gusta es el del vecino, ese imbécil que se pone las corbatas más horteras. Ya puedes haber hecho un esfuerzo extraordinario por comprarte el mejor GPS, que inmediatamente de tenerlo empezarás a desear el próximo que salga. Ya puedes tener el marido más maravilloso, que le verás más faltas que al más indecente de tus vecinos de apartamento de Marina Dors. Ya puedes disfrutar de la mujer más espléndida, cariñosa y divertida, guapa por fuera y por dentro, elegante y sexy, que tú estarás siempre más pendiente de las salidas y entradas del “yogur” del 5º.
                             Y es que este asunto no tiene solución. El placer por las cosas tarda el tiempo que se invierte en conseguirlas y somos mucho más aficionados de lo que no tenemos y de lo que perdimos que de valorar, conservar y disfrutar lo que poseemos. Y eso, perdóname, me parece un error de diseño, porque produce malestar y genera desasosiego, esa íntima tribulación  que produce el no estar de acuerdo con las propias motivaciones y el no creerte ni tú mismo las propias justificaciones de los propios actos. Y de desasosiego ya tenemos bastante con el que nos provocan los hijos, los camareros y la circulación.
                            De manera que, como el que no quiere la cosa, siempre estamos en permanente estado de desear aquello que no necesitamos o que no tenemos o que está fuera de nuestras posibilidades. Es decir, estamos en permanente estado de comportarnos como unos auténticos bobos, persiguiendo quimeras. Claro que, y tal vez este fuera tu objetivo, esto haya servido como el auténtico motor de la vida y de la historia. Esa permanente insatisfacción que anida en el alma de los hombres bien pudiera ser la raíz de sus posibilidades de transformación y de progreso. ¿Qué sería de nosotros si nos mostráramos conformes con lo primero que encontráramos? La sociedad de consumo se iría al carajo, las empresas empezarían a tambalearse y el sistema económico que sustenta a la sociedad del bienestar comenzaría a desmoronarse. Andaríamos sin ilusiones y mustios, como Acebes desde que ETA declaró la tregua.
                            Por ello, y aún admitiendo que pudiera tratarse de un asunto que tiene también sus consecuencias positivas, quiero dejarte palmaria mi protesta por habernos colocado en esta tesitura de la búsqueda infructuosa de lo que jamás nos proporciona más que una inmediata y superficial satisfacción.
                            Deseando que no te molesten en exceso mis escritos y esperando que sirvan para algo, me despido hasta la próxima, que tardará poco.

Epístola Cuarta (De la injusticia de atribuirte solo lo bueno y positivo)

Una de las cosas que me aturden sobremanera es esa condición que pusiste en nosotros que hace que nos sintamos siempre en permanente insatisfacción.. Ese sentimiento que lleva a tantos a la nefasta y perniciosa envidia. Ya puedes tener el mejor coche, que el que más te gusta es el del vecino, ese imbécil que se pone las corbatas más horteras. Ya puedes haber hecho un esfuerzo extraordinario por comprarte el mejor GPS, que inmediatamente de tenerlo empezarás a desear el próximo que salga. Ya puedes tener el marido más maravilloso, que le verás más faltas que al más indecente de tus vecinos de apartamento de Marina Dors. Ya puedes disfrutar de la mujer más espléndida, cariñosa y divertida, guapa por fuera y por dentro, elegante y sexy, que tú estarás siempre más pendiente de las salidas y entradas del “yogur” del 5º.
                             Y es que este asunto no tiene solución. El placer por las cosas tarda el tiempo que se invierte en conseguirlas y somos mucho más aficionados de lo que no tenemos y de lo que perdimos que de valorar, conservar y disfrutar lo que poseemos. Y eso, perdóname, me parece un error de diseño, porque produce malestar y genera desasosiego, esa íntima tribulación  que produce el no estar de acuerdo con las propias motivaciones y el no creerte ni tú mismo las propias justificaciones de los propios actos. Y de desasosiego ya tenemos bastante con el que nos provocan los hijos, los camareros y la circulación.
                            De manera que, como el que no quiere la cosa, siempre estamos en permanente estado de desear aquello que no necesitamos o que no tenemos o que está fuera de nuestras posibilidades. Es decir, estamos en permanente estado de comportarnos como unos auténticos bobos, persiguiendo quimeras. Claro que, y tal vez este fuera tu objetivo, esto haya servido como el auténtico motor de la vida y de la historia. Esa permanente insatisfacción que anida en el alma de los hombres bien pudiera ser la raíz de sus posibilidades de transformación y de progreso. ¿Qué sería de nosotros si nos mostráramos conformes con lo primero que encontráramos? La sociedad de consumo se iría al carajo, las empresas empezarían a tambalearse y el sistema económico que sustenta a la sociedad del bienestar comenzaría a desmoronarse. Andaríamos sin ilusiones y mustios, como Acebes desde que ETA declaró la tregua.
                            Por ello, y aún admitiendo que pudiera tratarse de un asunto que tiene también sus consecuencias positivas, quiero dejarte palmaria mi protesta por habernos colocado en esta tesitura de la búsqueda infructuosa de lo que jamás nos proporciona más que una inmediata y superficial satisfacción.
                            Deseando que no te molesten en exceso mis escritos y esperando que sirvan para algo, me despido hasta la próxima, que tardará poco.

Epístola Quinta (Del inmenso desequilibrio en el reparto de los bienes materiales y espirituales)

Una de las ventajas de dirigirme a Ti a través de estas misivas reside, sin duda, en el ahorro que supone en sellos, sobres y papel. Sería ocioso emplearlos, por cuanto, lo mismo que nosotros somos capaces de descifrar más o menos el sentido de un texto garrapateado, Tu eres capaz de leer en el corazón de los humanos y, supongo que también en el de los animales, plantas y cosas. Por ello, estoy más que convencido de que Tú conocerías estos desasosiegos míos , incluso, si yo no los plasmara aquí.
                 Hay muchos temas que, siendo discutibles, pueden tener un lado positivo que los redime de ser rechazables de forma radical, pero uno en concreto, se me hace insufrible aceptarlo y, ni siquiera, encontrarle un resquicio de justificación. Me refiero al inmenso desequilibrio que estableciste en el reparto de los bienes materiales y espirituales.
                ¿Tú crees que tiene algún vislumbre de sentido, viniendo además el reparto de Ti, que dispones de todos los datos, que tienes acceso a la información más privilegiada, que hayas repartido  (o hayas permitido que se repartan) las cosas de una manera tan torcida? ¿Es admisible que un uno por ciento de la humanidad disponga de más bienes que el noventa y nueve por ciento restante? ¿Qué sentido tenía haber creado tanto mundo: el primero, el segundo, el tercero (los de éste encima, negros)? ¿No hubiera sido, incluso mejor para Ti, que te hubieras ahorrado tanta súplica, tanto rezo doliente, tanta miseria suplicante, un mundo sólo, con un nivel de vida razonable para todo y cada uno de sus pobladores? Pero yo estoy seguro de que esto no ha sido obra tuya. Tú tuviste que delegar en alguien para que se encargara de esta labor: ¿tal vez en algún concejal de Marbella? ¿Quizá en algún Banco o sociedad gestora de Bolsa? Seguro que en el equipo de trabajo estaban Julián Muñoz e Isabel García Marcos. Es que si no, no se explica tanto desafuero ni tanta desigualdad fragrante y dolorosa.
               ¿Y qué me dices de esa curiosa postración del Sur respecto al Norte? Ocurre en la Tierra tomada en su conjunto (echa un vistazo al mapamundi), en cada continente, en cada país, en cada región y, lo que resulta más increíble, incluso ocurre dentro de las mismas poblaciones. El Norte siempre rico y poderoso; el Sur, pobre y subordinado. Y, sin embargo, es en esas zonas donde pasean sus miserias la mayoría de tus fieles; tal vez porque buscan en Ti el consuelo y la alegría que no encuentran en su vida cotidiana, aplastada por la voracidad y la indiferencia de los que más tienen. ¿Es que no pudiste darle la vuelta al mapa alguna vez? ¿Es que siempre se tienen que comer los mismos el pan duro? ¿Es que el caviar tiene que ser siempre para las mismas bocas? Y una vez hecho el desaguisado, ¿cómo puedes ser indiferente a tanta iniquidad?
               Yo no quiero ser pesado; de esos apuntes que te he hecho ya puedes sacar Tú sobradas conclusiones, sin que tenga que abusar demasiado de Tu precioso tiempo (aunque sea eterno), enumerando casos y explicitando detalles , para Ti de sobra conocidos, dada tu infinita sabiduría. Por cierto, me gustaría conocer tu Agenda y me encantaría que en ella dedicaras algún tiempo y espacio a los medios de comunicación: los humanos estamos deseando conocer muchas cosas de Ti. Pero se nota que te gustan muy poco los micrófonos y las cámaras (en esto no te pareces nada a tu fiel el ministro Pepe Bono).
               Te dejo hasta la próxima, que abundará en este tema del reparto desigual y alucinante de los bienes materiales, intelectuales, morales, espirituales, etcétera.

Epístola Quinta (Del inmenso desequilibrio en el reparto de los bienes materiales y espirituales)

Una de las ventajas de dirigirme a Ti a través de estas misivas reside, sin duda, en el ahorro que supone en sellos, sobres y papel. Sería ocioso emplearlos, por cuanto, lo mismo que nosotros somos capaces de descifrar más o menos el sentido de un texto garrapateado, Tu eres capaz de leer en el corazón de los humanos y, supongo que también en el de los animales, plantas y cosas. Por ello, estoy más que convencido de que Tú conocerías estos desasosiegos míos , incluso, si yo no los plasmara aquí.
                 Hay muchos temas que, siendo discutibles, pueden tener un lado positivo que los redime de ser rechazables de forma radical, pero uno en concreto, se me hace insufrible aceptarlo y, ni siquiera, encontrarle un resquicio de justificación. Me refiero al inmenso desequilibrio que estableciste en el reparto de los bienes materiales y espirituales.
                ¿Tú crees que tiene algún vislumbre de sentido, viniendo además el reparto de Ti, que dispones de todos los datos, que tienes acceso a la información más privilegiada, que hayas repartido  (o hayas permitido que se repartan) las cosas de una manera tan torcida? ¿Es admisible que un uno por ciento de la humanidad disponga de más bienes que el noventa y nueve por ciento restante? ¿Qué sentido tenía haber creado tanto mundo: el primero, el segundo, el tercero (los de éste encima, negros)? ¿No hubiera sido, incluso mejor para Ti, que te hubieras ahorrado tanta súplica, tanto rezo doliente, tanta miseria suplicante, un mundo sólo, con un nivel de vida razonable para todo y cada uno de sus pobladores? Pero yo estoy seguro de que esto no ha sido obra tuya. Tú tuviste que delegar en alguien para que se encargara de esta labor: ¿tal vez en algún concejal de Marbella? ¿Quizá en algún Banco o sociedad gestora de Bolsa? Seguro que en el equipo de trabajo estaban Julián Muñoz e Isabel García Marcos. Es que si no, no se explica tanto desafuero ni tanta desigualdad fragrante y dolorosa.
               ¿Y qué me dices de esa curiosa postración del Sur respecto al Norte? Ocurre en la Tierra tomada en su conjunto (echa un vistazo al mapamundi), en cada continente, en cada país, en cada región y, lo que resulta más increíble, incluso ocurre dentro de las mismas poblaciones. El Norte siempre rico y poderoso; el Sur, pobre y subordinado. Y, sin embargo, es en esas zonas donde pasean sus miserias la mayoría de tus fieles; tal vez porque buscan en Ti el consuelo y la alegría que no encuentran en su vida cotidiana, aplastada por la voracidad y la indiferencia de los que más tienen. ¿Es que no pudiste darle la vuelta al mapa alguna vez? ¿Es que siempre se tienen que comer los mismos el pan duro? ¿Es que el caviar tiene que ser siempre para las mismas bocas? Y una vez hecho el desaguisado, ¿cómo puedes ser indiferente a tanta iniquidad?
               Yo no quiero ser pesado; de esos apuntes que te he hecho ya puedes sacar Tú sobradas conclusiones, sin que tenga que abusar demasiado de Tu precioso tiempo (aunque sea eterno), enumerando casos y explicitando detalles , para Ti de sobra conocidos, dada tu infinita sabiduría. Por cierto, me gustaría conocer tu Agenda y me encantaría que en ella dedicaras algún tiempo y espacio a los medios de comunicación: los humanos estamos deseando conocer muchas cosas de Ti. Pero se nota que te gustan muy poco los micrófonos y las cámaras (en esto no te pareces nada a tu fiel el ministro Pepe Bono).
               Te dejo hasta la próxima, que abundará en este tema del reparto desigual y alucinante de los bienes materiales, intelectuales, morales, espirituales, etcétera.

Epístola Sexta (Del mismo tema de la quinta pero referido solo a los bienes espirituales)

Si ya era gordo que en el campo de los bienes materiales, unos pocos naden en la más opípara de las abundancias y que la mayoría estén más tiesos que la varilla de un cohete, no queda mejor parada tu dejadez constructiva en el tema del reparto de las neuronas y los bulbos raquídeos. Que u nos sean capaces de emocionarse con Brahms y otros sólo sean capaces de hacerlo con Julio Iglesias es una prueba del nefasto nivel del personaje o del equipo en quien confiaste para semejante empresa.
                                   No es de recibo, no, que unos hayan sido premiados con el tesoro de una sensibilidad fina y enriquecedora, que sólo se conforma con los grandes menús estéticos y que otros se conformen con un grado tal de vulgaridad que podría ser compartido perfectamente por el más ingenuo de los primates. Esto de la tosquedad y la ordinariez es algo bien grave, pues para una vez que se vive, no es lo mismo pasar por este precioso (por breve y efímero) trance vital apreciando lo que nos ennoblece que berreando por lo que nos convierte en auténticos energúmenos.
Que no tiene lógica que muchos no vean más allá de un centímetro de su nariz, como si el mundo terminara más acá de donde es capaz de llegar su mano. Que no stengan la más mínima aptitud para ponerse en otro lugar que no sea su miserable pellejo. Y que no es justo que semejantes sujetos se aprovechen de la grandeza de los que no entienden la vida más que como un ejercicio de comprensión y de generosidad.
                                ¿Y la razón? ¡Qué tema más peliagudo! Teóricamente, su uso es lo que nos diferencia del resto de los animales y, sin embargo, ¿en qué queda cuando nos enfrentamos a diario con el duro ejercicio de vivir? ¿Cuántas decisiones tomamos los animales racionales guiados por nuestra más señera y diferenciadora condición racional? Demos un pequeño repaso a lo que habitualmente hacemos y nos bastará para comprobar que, la gran mayoría de las veces, nuestros consejeros primordiales son la sinrazón, el sentimiento, la costumbre, la nostalgia, la envidia, la ira, el desprecio, la venganza, el amor, la pasión…virtudes, como es natural, muy alejadas de las que cabría esperar de un uso razonable de la razón.
                               Pero así somos los seres humanos diseñados por Ti o por aquél a quien encargaste semejante y dura tarea. Somos así y así nos aceptamos e, incluso, nos queremos, pero, tal vez, no sería demasiado atrevido reprocharte que no nos hayas enfocado de otra manera menos paradójica y complicada.
                               En fin, aquí seguiré planteándote dudas y reproches desde este rincón de mis epístolas que, espero, te sirvan para mejorar futuras creaciones. Que hasta a Dios, y sobre todo a Él, hay que decirles las cosas claras. Con educación, pero con valentía.

Epístola Sexta (Del mismo tema de la quinta pero referido solo a los bienes espirituales)

Si ya era gordo que en el campo de los bienes materiales, unos pocos naden en la más opípara de las abundancias y que la mayoría estén más tiesos que la varilla de un cohete, no queda mejor parada tu dejadez constructiva en el tema del reparto de las neuronas y los bulbos raquídeos. Que u nos sean capaces de emocionarse con Brahms y otros sólo sean capaces de hacerlo con Julio Iglesias es una prueba del nefasto nivel del personaje o del equipo en quien confiaste para semejante empresa.
                                   No es de recibo, no, que unos hayan sido premiados con el tesoro de una sensibilidad fina y enriquecedora, que sólo se conforma con los grandes menús estéticos y que otros se conformen con un grado tal de vulgaridad que podría ser compartido perfectamente por el más ingenuo de los primates. Esto de la tosquedad y la ordinariez es algo bien grave, pues para una vez que se vive, no es lo mismo pasar por este precioso (por breve y efímero) trance vital apreciando lo que nos ennoblece que berreando por lo que nos convierte en auténticos energúmenos.
Que no tiene lógica que muchos no vean más allá de un centímetro de su nariz, como si el mundo terminara más acá de donde es capaz de llegar su mano. Que no stengan la más mínima aptitud para ponerse en otro lugar que no sea su miserable pellejo. Y que no es justo que semejantes sujetos se aprovechen de la grandeza de los que no entienden la vida más que como un ejercicio de comprensión y de generosidad.
                                ¿Y la razón? ¡Qué tema más peliagudo! Teóricamente, su uso es lo que nos diferencia del resto de los animales y, sin embargo, ¿en qué queda cuando nos enfrentamos a diario con el duro ejercicio de vivir? ¿Cuántas decisiones tomamos los animales racionales guiados por nuestra más señera y diferenciadora condición racional? Demos un pequeño repaso a lo que habitualmente hacemos y nos bastará para comprobar que, la gran mayoría de las veces, nuestros consejeros primordiales son la sinrazón, el sentimiento, la costumbre, la nostalgia, la envidia, la ira, el desprecio, la venganza, el amor, la pasión…virtudes, como es natural, muy alejadas de las que cabría esperar de un uso razonable de la razón.
                               Pero así somos los seres humanos diseñados por Ti o por aquél a quien encargaste semejante y dura tarea. Somos así y así nos aceptamos e, incluso, nos queremos, pero, tal vez, no sería demasiado atrevido reprocharte que no nos hayas enfocado de otra manera menos paradójica y complicada.
                               En fin, aquí seguiré planteándote dudas y reproches desde este rincón de mis epístolas que, espero, te sirvan para mejorar futuras creaciones. Que hasta a Dios, y sobre todo a Él, hay que decirles las cosas claras. Con educación, pero con valentía.

Epístola séptima (De tus inistros: tema árduo y difícil)

Entro en un capítulo duro de pelar, que, sin duda, me llevará varias epístolas, mas estoy convencido de  que, igual que las demás, serán bien recibidas por Tu suprema comprensión e inteligencia.
                      No te escribo desde el despecho ni desde el odio, sino desde la sincera preocupación de alguien que conoce el contexto en el que se mueven tus ministros y que, durante una buena parte de su infancia y juventud, fue educado por ellos; a la mayoría de los cuales, profeso verdadero aprecio y agradecimiento. No hay pues acritud en lo que quiero exponerte, pero sí rabia y mucho desconsuelo por tanta conducta impropia y lamentable, por tanto testimonio inexistente, por tanta actitud deplorable y desintegradora.
                       Pero hay un dato más que me obliga a ser aún más indulgente, y no es otro que la condición humana de tus ministros, tan humana como la del resto de los mortales y tan liviana condición como la del común de nuestra especie. No son ángeles tus ministros, ya lo sé y, seguramente, no hubiera sido mala idea por tu parte, haberlos elegido de esa naturaleza, pero no fue así y hay que aceptarlo; tal vez lo hiciste de esta manera para que todos nos sintiéramos más dueños de nuestros propios asuntos, lo cual no podría ocurrir si nuestro gobierno espiritual estuviera en manos de seres celestiales.
                      De manera que te escribo desde la comprensión y desde el elegido clima de buen humor con el que vengo planteándote estos espinosos temas desde la primera epístola. Nuestra condición precaria y mortal ya es suficientemente dramática como para que, encima, nos pongamos trágicos, empleando un tono lastimero y quejumbroso. Para eso ya están los políticos de la oposición, de cualquier oposición.
                      De manera que queda claro de qué te voy a hablar y en qué tono quiero hacerlo. Soy amigo de unos cuantos sacerdotes, otros cuantos de ellos condujeron mis primeros pasos intelectuales,  morales y también religiosos y conozco por datos directos el valor encomiable y el trabajo abnegado y sincero de otros tales, mas el tono general del magisterio no deja por ello de ser preocupante. Y a ese sacerdote medio es al que dirijo mis reproches, sabedor, sin duda alguna, de que, por encima y por debajo, también hay en este ministerio, santos y demonios, que son una constante a lo largo de la historia y en todos los lugares.
                     Empezaremos por Tus ministros y, más adelante, dedicaré unas cuantas misivas a la Iglesia como institución, y ahí, es probable, que, pese a mi firme voluntad, tenga que perder hasta el sentido del humor, ese que debe ser siempre el último sentido en perderse.

Epístola séptima (De tus inistros: tema árduo y difícil)

Entro en un capítulo duro de pelar, que, sin duda, me llevará varias epístolas, mas estoy convencido de  que, igual que las demás, serán bien recibidas por Tu suprema comprensión e inteligencia.
                      No te escribo desde el despecho ni desde el odio, sino desde la sincera preocupación de alguien que conoce el contexto en el que se mueven tus ministros y que, durante una buena parte de su infancia y juventud, fue educado por ellos; a la mayoría de los cuales, profeso verdadero aprecio y agradecimiento. No hay pues acritud en lo que quiero exponerte, pero sí rabia y mucho desconsuelo por tanta conducta impropia y lamentable, por tanto testimonio inexistente, por tanta actitud deplorable y desintegradora.
                       Pero hay un dato más que me obliga a ser aún más indulgente, y no es otro que la condición humana de tus ministros, tan humana como la del resto de los mortales y tan liviana condición como la del común de nuestra especie. No son ángeles tus ministros, ya lo sé y, seguramente, no hubiera sido mala idea por tu parte, haberlos elegido de esa naturaleza, pero no fue así y hay que aceptarlo; tal vez lo hiciste de esta manera para que todos nos sintiéramos más dueños de nuestros propios asuntos, lo cual no podría ocurrir si nuestro gobierno espiritual estuviera en manos de seres celestiales.
                      De manera que te escribo desde la comprensión y desde el elegido clima de buen humor con el que vengo planteándote estos espinosos temas desde la primera epístola. Nuestra condición precaria y mortal ya es suficientemente dramática como para que, encima, nos pongamos trágicos, empleando un tono lastimero y quejumbroso. Para eso ya están los políticos de la oposición, de cualquier oposición.
                      De manera que queda claro de qué te voy a hablar y en qué tono quiero hacerlo. Soy amigo de unos cuantos sacerdotes, otros cuantos de ellos condujeron mis primeros pasos intelectuales,  morales y también religiosos y conozco por datos directos el valor encomiable y el trabajo abnegado y sincero de otros tales, mas el tono general del magisterio no deja por ello de ser preocupante. Y a ese sacerdote medio es al que dirijo mis reproches, sabedor, sin duda alguna, de que, por encima y por debajo, también hay en este ministerio, santos y demonios, que son una constante a lo largo de la historia y en todos los lugares.
                     Empezaremos por Tus ministros y, más adelante, dedicaré unas cuantas misivas a la Iglesia como institución, y ahí, es probable, que, pese a mi firme voluntad, tenga que perder hasta el sentido del humor, ese que debe ser siempre el último sentido en perderse.