En el primero de nuestros Siglos de Oro, se recupera la Antigüedad clásica, su literatura, sus ideales y su espíritu: el hombre, de nuevo, centro y medida de todas las cosas, el sueño de ser bueno en armas y en letras, los altos ideales de amor perfecto, belleza serena, felicidad, equilibrio, fama y heroísmo. Era la época en la que el sol no se ponía en nuestro imperio, por el que pululaban caballeros poetas como Garcilaso, monjes haciendo versos de amor como San Juan de la Cruz o eruditos como Fray Luis de León, la literatura pastoril y caballeresca, y el nacimiento de los "pícaros" con el primero y tal vez más importante: un pregonero de Toledo que de niño fue el Lazarillo de Tormes.