RONDA Y YO: MUSEOS
Esclavo de un destino,
el hombre fue pasando
de las húmedas cuevas
a los rojos tejados,
de las selvas frondosas
al calor del asfalto,
en una ingente historia,
en un inmenso parto;
adobado de risas,
de amores y de llantos,
de pasiones ardientes,
de dioses y diablos,
de miseria y grandeza,
de rencores y abrazos.
De labores concretas
a conceptos abstractos,
de la magia del brujo
al consejo del sabio.
Del pasado remoto
al futuro soñado.
Pasando golpe a golpe
del suelo hasta los astros;
de contar siglo a siglo
a contar año a año.
Y siempre a contratiempo,
ganando palmo a palmo
la batalla al olvido,
la guerra al desamparo.
Hombres tirados al monte,
al abrigo de los cerros,
huyendo de su pasado,
con lances de honor por medio.
Entre espinos y retamas,
desafiando a los vientos,
cercados por migueletes,
sin más armas que sus pechos.
Entre pinsapos y encinas,
entre chaparros sedientos,
negros presagios de muerte
habitaban su misterio.
Relámpagos en la noche,
esclavos de sus recuerdos,
corazones malheridos
marcados con odio a fuego.
Personajes de leyenda,
del destino prisioneros,
que convirtieron a Ronda
en patria de bandoleros.
Fabulosa colección
de piezas bellas y raras,
producto de la pasión
y anticuaria devoción
de don Juan Antonio Lara.
Santuario de la caza,
deslumbrante zoología
que te inunda, te atenaza,
te sorprende, te amenaza;
embalsamada jauría.
Hermandad de reliquias y sotanas
compartiendo vitrinas y anaqueles,
imágenes sagradas y papeles
notarios de memorias diocesanas.
San Cristóbal preside en las alturas;
fabuloso angelote de la guarda
cuya imagen ciclópea y gallarda
recuerda la miseria de los curas.
Casullas y retablos relucientes
en altares menores y mayores,
donde van a purgar los pecadores
y a cumplir su deber los penitentes.
De corridas de antes,
de toros y toreros,
de “El Niño de la Palma”
del triunfo de afamados caballeros.
Del gran Antonio Ordóñez
y de Pedro Romero.
De todos se nos muestra
alguna cosa amena en el museo.
La casa de Orleáns
presenta sus arreos
para enganchar históricas carrozas,
labrados por grandes guarnicioneros.
Hasta el gran Montpensier
descubre sus secretos
en la sala que muestra sus enseres
y su rancio abolengo.
Los útiles de caza,
las armas para duelos,
escopetas gastadas y lustrosas,
carabinas de ensueño.
Retratos a caballo,
Piezas de aquellos tiempos
y caprichos de príncipes y reyes
para sus regios juegos.
Es néctar que refuerza los olvidos,
que aviva y edulcora los recuerdos,
que apaga la prudencia de los cuerdos
y da marcha a los tristes y aburridos.
Enturbia la razón y el buen sentido,
se cisca en la abstinencia y en la dieta,
convierte en libertino al sobrio asceta
y en bufón al gendarme desabrido.
Es campana que llama a la pereza,
sirena que convoca a la alegría,
que sienta en un columpio a la cabeza
y alienta la amistad y la armonía,
que espanta poco a poco la tristeza
y transforma la prosa en poesía.