¡Ay, plaza de mi infancia!
¡Ay, rincón de mis juegos!
De mis ojos sin nubes,
de mis días sin miedo.
De una historia a estrenar,
de un futuro completo.
Duquesa de Parcent,
¡cuánto te quiero!
Me diste otro horizonte,
un mundo nuevo,
un mundo diferente,
un mundo viejo,
en tiempos complicados,
en buenos tiempos,
tiempos en que soñaba
que yo era eterno.
Guardada por castillos
y nobles templos,
Duquesa de Parcent,
¡Cuánto te quiero!
Plaza del Gigante
Vestida de aristocracia,
entrañable plazoleta,
pequeña, sobria, coqueta,
ensimismada en su gracia.
Un gigante y un poeta
la cuidan a todas horas
y pintan con sus auroras
su estampa callada y quieta.

MIs plazas favoritas, mis espacios más queridos y hollados por mis pies. Mi Ronda sentimental.

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Románticos rincones,
que acunan al amor
en las noches oscuras
y en las tardes de sol.
Vestidas de silencio,
su sencillo vigor
se alimenta de hierros,
de cal y tradición.

Lugar de citas y encuentros
fortuitos y obligados,
voluntarios y sabrosos,
en las tardes de verano.
Por las mañanas el sol,
que asoma por los tejados
pone una alfombra de luz
a los impacientes pasos.
Hay una brisa que besa
y acaricia sin descanso,
a todas horas brotando
de su corazón urbano,
del bendito manantial
que deshace los agravios
y templa los corazones
mientras se escapan los años.

Con celo cristiano
preside su plaza
el Beato Diego
junto a las esclavas;
detrás, la patrona,
delante, su casa.
Martillo de herejes
y pastor de almas,
con ardor guerrero
habita su estatua.

Mirando a ese horizonte tan travieso
donde el sol se retira hasta mañana,
la Plaza del Campillo se engalana
para asistir al mágico suceso.

Recibe el homenaje como un beso
que manda el astro de la frente grana
y en su pecho se agita la liviana
nostalgia que reclama su regreso.

En tus jardines siguen mis anhelos
jugando entre los trozos de una infancia
que sigue disfrutando en tus balcones.

Escenario de dudas y desvelos,
universo preñado de fragancia,
escuela de imborrables emociones.

Plaza del Parador,
plaza de España,
con sus puertas abiertas
y su farmacia.
Con sus bares cerrados
y su cerámica,
con Ríos Rosas pendiente
en su atalaya,
con su plaza de abastos,
pura nostalgia.
Por su cine y su torre
aún brotan lágrimas,
y por su barbería
lloran las barbas.
Plaza del Parador,
Plaza de España.