Arco de Felipe V
donde los enamorados
ponen a salvo del mundo
sus misterios más arcanos.
Lugar de amores furtivos,
pasiones al cielo raso.
“Sillón del moro” que oculta
los besos y los abrazos.

Madre de Dios, ¡qué convento!
Convento Madre de Dios.
Ojos mirando hacia el cielo,
labios llenos de oración,
terror de fuegos eternos,
castigos, penas, dolor.
Pasillos llenos de incienso,
celdas repletas de amor.
Luego colegio, conciertos,
Después, silencio y adiós.
Madre de Dios, ¡qué convento!
Convento Madre de Dios.

Vito Zini está en su huerto,
y como buen boloñés,
labra la tierra con mimo,
acariciando su piel.
De pronto sin previo aviso
la tierra tiembla a sus pies
y un mundo oculto aparece
sin saber cómo y por qué.
Vuelven oros y turbantes
a circundar el espacio
y un aura de fama crece
alrededor de los baños.
Un misterio que la tierra
devuelve como un milagro,
un presente del pasado,
un regalo milenario.

Este edificio que veis
encaramado en lo alto
fue en su tiempo campamento
de las tropas de Fernando.
Con el tiempo vino a ser
morada de monjes santos;
aún resuenan en sus piedras
sus lamentos gregorianos
y sigue rompiendo el aire
el manteo de sus hábitos.
Luego acogió muchas cosas,
hoy es un colegio laico
que derrama desde el cerro
sus saberes sobre el barrio.

Centenario recipiente
que preside la Alameda,
testigo de ardientes citas
y de festivas verbenas.
Refugio de caminantes,
permanente referencia
de su barrio, de la gente
de esta sobria periferia.
Y refugio de estudiantes,
que abandonan sus tareas
para buscar emociones
junto a esta fuente de piedra.
Ayer calmaba la sed
de trashumantes ovejas,
hoy calienta el corazón
de enamorados que empiezan.

Escenario de homéricas contiendas
palestra de esforzados gladiadores,
escuela de titanes forjadores
de un pueblo encadenado a una leyenda.

A los pies del abismo se sustenta
tu sobria y elegante arquitectura
y aupada al pedestal de tu bravura
nada te pierdes de la lid cruenta.

El oro de tu arena se engalana
para rendirse a un cielo inusitado,
a un aire que desgrana sus arpegios,

a una luz con fulgores de mañana,
a un sueño de percal ensangrentado,
a una piedra trocada en sortilegio.

Cinturones que tienen la fortuna
de guardar en su seno la memoria
de la Ronda que juega con la historia
y que reina en los brazos de la luna.
Inundada de luz como ninguna
sus puertas llevan a la misma gloria,
allí donde se alcanza la victoria
de su lustre sin par desde la cuna.
Su misión fue guardar este tesoro,
cerrando al enemigo sus conquistas.
Las almenas ofrecen unas vistas
que permiten sentir todos sus poros
hoy se pasean por ellas los turistas
a salvo de batallas y decoros.

¡Ay! minarete que llamas
a los fieles a rezar,
alcazaba de esta tierra
convertida en alminar.
Torre que guía mis pasos
desde mi más tierna infancia,
curiosidad de este pueblo
lleno de iglesias cristianas.
¡Ay! minarete que luces
entre estas calles de piedra,
déjame usar tu atalaya
para contemplar mi sierra.

Monumentos son también las gentes buenas de Ronda; aquellas que cumplen honradamente en su trabajo, las que reparten alegría por donde pasan, y las que se entregan a los demás sin ningún precio, sin ningún interés. Las que no conocen el odio, ese mal horrible de nuestro tiempo

Entre las imágenes
y el Puente Nuevo
beben las raíces
hondas de mi pueblo.
Raíces profundas
que nutren su pecho
de sol y penumbra,
de luz y misterio.
Sabor a aceitunas,
aromas de incienso,
recorren sus venas,
suben de su suelo
y de su esqueleto
brotan luminosos
jazmines de piedra
y alondras de hierro.
Fuente de los ocho caños
Ocho volcanes abiertos,
ocho caricias sagradas,
ocho frescos regocijos,
ocho verdades de agua.

Se ha convertido el convento,
sin monjas y sin clausura
en templo de la cultura
que arbitra el Ayuntamiento.
Acrecienta su nobleza
la vecindad con el Puente
y no deja indiferente
su inmarcesible belleza.
Fue cárcel, cuartel, mercado,
juzgado, escuela en su día
y hasta fue carpintería
en tiempos ya terminados.

Casa de todos,
casa del pueblo
casa de nadie,
casa sin dueño.
Casa de muchas deudas
y poco seso,
demasiado teatro
y mucho cuento.
Sainete por fuera,
drama por dentro.
De líderes fugaces
que arrastra el viento
sin alumbrar mañanas,
sin construir recuerdos.
Esa casa de todos,
casa del pueblo.

Monumental galería
que desemboca en el Puente,
testimonio de otros días,
de otra historia, de otra gente.
Fuego que arde todavía
en mi alma adolescente.
Otros también centenarios
aquí levantan su gloria,
acueducto solitario,
desprendido de la historia.

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